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Jesús Laínz

Ideología contra razón

Ningún izquierdista español será capaz de situar su dignidad por encima de su ciega ideología y su servil obediencia al partido.

Ningún izquierdista español será capaz de situar su dignidad por encima de su ciega ideología y su servil obediencia al partido.
Pedro Sánchez. | Flickr/CC/Partido Socialista

El Salvador es uno de los países más inseguros del mundo, con unas tasas de criminalidad inimaginables en los países llamados civilizados. Y donde no hay seguridad tampoco puede haber libertad, estabilidad y prosperidad. Desde que llegó al gobierno en 2019, el presidente Nayib Bukele, de ascendencia palestina, ha dedicado gran esfuerzo a acabar con las llamadas maras, bandas de criminales extraordinariamente violentas que tenían atemorizados a los ciudadanos honrados y paralizada una vida social normal. La política de mano dura contra ellos parece haber dado excelentes resultados: miles de delincuentes están entre rejas ("ésta será su nueva casa, donde vivirán por décadas sin hacerle más daño a la población", ha declarado el presidente), la cantidad de homicidios se ha desplomado hasta convertir El Salvador en uno de los países más seguros de América y la vida económica ha experimentado una notable mejoría.

Pero los biempensantes del mundo entero, con la ONU y Amnistía Internacional al frente, como era de esperar, se han lanzado a la yugular de Bukele por atentar contra los derechos humanos de los criminales, lo cual probablemente tenga algo de verdad según los criterios de la senil Europa de hoy. Pero mientras que los derechos humanos de los ciudadanos honrados no les importaron nunca un comino, ahora les toca indignarse con el duro trato dado a los delincuentes reclusos. Típica reacción visceral de la progresía mundial: la preferencia por el delincuente frente al honrado, por el terrorista frente a la víctima, por lo enfermo frente a lo sano, por la muerte frente a la vida, por lo caótico frente a lo ordenado. La sombra del canalla de Rousseau es alargada: "el hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad la que le corrompe". Se ve que jamás observó el egoísmo y la amoralidad naturales de un niño, cosa lógica ya que los cinco hijos que tuvo con su querida fueron enviados directamente al orfanato para no tener que hacerse cargo de ellos. ¡El gran educador, el autor del Emilio, el padre de las modernas pedagogías! Así nos luce el pelo.

Y de ahí nacen todas las variantes del dogma rousseaniano: el niño es bueno por naturaleza, es la autoridad paterna la que le corrompe; el mal estudiante es bueno por naturaleza, es la escuela la que le corrompe; el criminal es bueno por naturaleza, es la sociedad capitalista la que le corrompe; el etarra es bueno por naturaleza, son Franco y España los que le corrompen, etc. Sólo el varón blanco heterosexual es malo por naturaleza, vaya usted a saber por qué.

Otro ejemplo, muy distinto del anterior, de cómo los prejuicios ideológicos vencen siempre a la razón y el buen sentido. ¿Recuerda usted, lector informado, aquellos agentes policiales insultados, acosados, empujados, escupidos, agredidos y apedreados cuando fueron a impedir el golpe de Estado organizado por los gobernantes catalanes hoy aliados del gobierno nacional? ¿Y recuerda cómo los medios de comunicación de todo el mundo, empezando por los de nuestros queridos socios europeos, se indignaron por la brutalidad de la policía española contra los pacíficos separatistas que acudieron al llamamiento de sus democráticos pastores? "España, la vergüenza de Europa", tituló la CNN su noticia de portada del día siguiente.

Pues bien, contémplense las hermosas imágenes de la policía francesa acariciando estas últimas semanas, sin distinción de sexo, edad y condición, a los manifestantes contra las medidas laborales de Macron. Pero eso no indigna a nadie porque la República francesa es benéfica en esencia y modélica desde su fundación a golpe de guillotina, a diferencia de esa España en la que, aunque no lo parezca a simple vista, siguen imperando las sombras de Franco y Felipe II. Si España saca la policía a velar por el cumplimiento de la ley con órdenes expresas de no agredir a nadie y de simplemente impedir la colocación de las urnas, España es esa eterna opresora fascista que todo el mundo debe condenar. Pero si Francia o cualquier otro país de esos que presumen de arraigada tradición democrática saca su policía a repartir leña sin complejo alguno, es la democracia que se defiende legítima y proporcionadamente. No hay conocimiento histórico ni argumento racional que pueda vencer estos prejuicios.

Y, aprovechando el asunto ultrapirenaico, los sindicalistas españoles han aparcado por unos días su dieta langostívora para ir a apoyar a los franceses que han estallado de indignación por la decisión gubernamental de subir la edad de jubilación de sesenta y dos a sesenta y cuatro años mientras guardan atronador silencio ante el hecho de que en España sea de sesenta y siete. ¿Alguna explicación razonable para esta escandalosa hipocresía? No, pero ningún izquierdista español será capaz de situar su dignidad por encima de su ciega ideología y su servil obediencia al partido.

Podríamos seguir poniendo ejemplos de esta desconsoladora tara intelectual y moral, pero póngalos mejor usted, enérgico lector, que yo me canso.

www.jesuslainz.es

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