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Antonio Robles

Vini, antes de que te quiebren

Todo racismo es violencia, pero no toda violencia es racismo. Y en el fútbol hay más violencia que racismo.

Todo racismo es violencia, pero no toda violencia es racismo. Y en el fútbol hay más violencia que racismo.
Vinicius Jr. junto a Rodrygo. | EFE

No hay mal que por bien no venga. El habilidoso jugador brasileño del Real Madrid, Vinicius Junior, ha logrado convertirse en símbolo mundial contra el racismo en los estadios deportivos. La Asamblea Legislativa de Rio de Janeiro (Brasil) ha votado un proyecto de ley 1.112/23, que prevé la interrupción de los partidos si hay algún episodio de racismo, o incluso suspenderlos, y sancionar penalmente a los responsables. Se conoce popularmente como "Ley Vinicius Jr.". Ya ha conseguido ponerse a resguardo de las agresiones racistas, ahora debería preocuparse por la amenaza de una grave lesión.

Los acontecimientos de Mestalla desataron una ola de indignación, que pasadas unas semanas y enfriadas las proclamas antirracistas con la misma celeridad que se incendiaron, sería conveniente dimensionar la sobreactuación emocional del mundanal ruido y razonar la base real de la indignación y su naturaleza. Empiezo con una provocación: ni los insultos ofensivos contra Vinicius se reducen necesariamente a una causa estrictamente racista, ni las proclamas y acciones racistas que nadie denuncia en determinados campos españoles se pueden justificar en nombre de la libertad de expresión. Lo sorprendente del escándalo mundial por los insultos racistas de Mestalla a Vinicius es que se producen en el mismo país que se ejerce un racismo cultural sistemático desde hace décadas sin que nadie se indigne. Apunto al racismo cultural que supura el Camp Nou contra todo lo español. O al racismo cultural contra los derechos lingüísticos de niños hispanohablantes más indefensos que Vinicius, cuyas familias se ven acosadas por pedir estudiar también en la lengua común de todos los españoles. Y no ahora, desde hace décadas. Algunas perlas que adornan la vergüenza: "Los españoles son chorizos por el mero hecho de ser españoles" (Joan Oliver, exdirector de TV3. 15-1-2008). Aquí les dejo un muestrario de coces racistas de parecido calado desde sus fundadores hasta hoy. Todos venerados por el nacionalcatalanismo.

Regresemos a Vini. Recibir a un jugador negro al grito de ¡mono, mono! y gestos de simio puede ser un comportamiento racista, o solo un insulto ofensivo. Lo que es inopinable, es que es intolerable. Hoy el fútbol se ha convertido en un espacio de interrupción racional donde se permiten las emociones más instintivas, incluidos el odio y la agresión verbal contra el adversario. Los colores han sustituido a la tribu, los jugadores a los guerreros y el resultado, a la propia supervivencia. Hacer lo imposible contra el rival se convierte para algunos aficionados en una guerra donde vale cualquier cosa. Incluido el acoso y el odio. Sobre todo contra los jugadores rivales más peligrosos. Sean negros o blancos, altos o bajos, chinos o rusos… Cuando hay que sofocar la frustración o neutralizar el miedo a perder, vale todo. Y todo contra un negro, es la ofensa racista. A cada cual lo más ofensivo. A Ronaldo le gritaban "¡Ese portugués, hijo de puta es!" y a Messi "¡Esa puta pulga hormonada!". Todos con la misma intención, degradarlos, herirlos en su amor propio, desconcentrarlos en suma para sacarlos del partido. Una manera de conjurar el miedo que les inspiran.

¿Es racismo o violencia…? Todo racismo es violencia, pero no toda violencia es racismo. Y en el fútbol hay más violencia que racismo. Lo dijo con exactitud el entrenador del Barça, Xavi y lo subrayó el del Madrid, Carlo Ancelotti: ¿por qué los profesionales del fútbol hemos de soportar los insultos cuando sería inaceptable en cualquier otro trabajo? Si nos equivocamos de diagnóstico, y sobreactuamos contra el racismo, obviando el insulto, la mala educación y la violencia podemos dejar a un joven habilidoso como Vinicius a la intemperie.

En este vídeo que da escalofríos, Vinicius sufre innumerables faltas y algunas muy peligrosas para su integridad física. No se las hace la grada sino los jugadores contrarios sin que los árbitros las sancionen como debieran. Esto no es racismo, ni insultos, sino tácticas técnicas de amedrentamiento, que provocan en el jugador tal grado de impotencia que a menudo los árbitros acaban sancionándolo más a él por protestar, que a sus agresores por arrear. Pasar por alto tanta violencia premeditada puede acabar muy mal. Su físico portentoso y la suerte que hasta ahora ha tenido no le salvarán de una grave lesión si no se corta de raíz esa espiral de violencia en las gradas, en el campo y en los vestuarios.

Los árbitros son responsables. Si sacaran la amarilla a la primera falta punible o por reiteración, su integridad física no peligraría, y las gradas no gritarían impunemente, ¡mátalo! Una cosa alimenta la otra. Su habilidad, su frescura y velocidad puede desquiciar a los contrarios, pero eso no les da derecho a poner en peligro su físico. Ni el suyo ni el de ningún otro, pero en éste se añade el desprecio al juego más emotivo, creativo y desacomplejado.

Vini, antes de que te quiebren has de aprender a contener la respuesta airada, abandonar los aspavientos, reclamar insistentemente al árbitro o enfrentarte al agresor. No evitarás que te sigan marcando a fuego, pero la animadversión de la grada podría tornarse en empatía. No son sólo las heridas del alma cuando te recuerdan tu hermoso color negro con odio, son también las heridas físicas que has de evitar. Por el bien del fútbol, por tú bien.

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