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Feijóo no puede entregar Barcelona a los separatistas

Como Suárez el sábado de Gloria de 1977, Feijóo dispone ahora de la ocasión para demostrar a todos que no es otro político del montón más.

Como Suárez el sábado de Gloria de 1977, Feijóo dispone ahora de la ocasión para demostrar a todos que no es otro político del montón más.
David Mudarra

El 1 de octubre de 2017, el partido donde milita Xavier Trias protagonizó una asonada insurreccional contra la legalidad española que a punto estuvo de acabar en un enfrentamiento civil con derramamiento de sangre incluido. Por su parte, el partido donde milita el otro aspirante a la alcaldía de Barcelona, Jaume Collboni, posibilitó con su voto afirmativo en el Senado que el Gobierno de la nación hiciese uso de un instrumento jurídico, el artículo 155 de la Carta Magna, imprescindible a fin de destituir al jefe político de Xavier Trias, la condición necesaria para abortar la revuelta orquestada desde el despacho oficial del presidente de la Generalitat. Uno participó de modo activo en el intento de romper la unidad de España por la vía de la fuerza y los hechos consumados. El otro ayudó a que se restaurase el imperio de la ley en Cataluña. Hasta ahí, irrebatible y demoledora, la hemeroteca.

El genuino aprecio que sienten los suyos por un líder político se puede medir por los elogios que no recibe. Ese indicador nunca falla. Y a Feijóo, salta a la vista, se le aprecia poco. Incluso pese a las encuestas, a Feijóo le siguen teniendo por un provinciano gallego carente del necesario pedigrí, un periférico al que lo de la capital le viene grande. Y no sólo lo piensa el madrileño Pedro Sánchez, a quien, por cierto, se le nota demasiado. Salvadas las distancias históricas, a Suárez le ocurrió algo parecido. Los suyos, los franquistas, no lo respetaban porque procedía de la segunda fila del régimen, el simple asistente de un gobierno civil que había hecho carrera en el aparato del Movimiento.

Y los demócratas tampoco lo respetaban, aunque no por desprecio elitista, sino porque venía de donde venía. Así las cosas, a Suárez solo lo empezaron a tomar en serio cuando decidió legalizar al Partido Comunista. Aquel día, todos entendieron de golpe que el presidente Suárez no era un don nadie. Como Suárez el sábado de Gloria de 1977, Feijóo dispone ahora de la ocasión para demostrar a todos que no es otro político del montón más, de esos que solo ocupan su tiempo en las pequeñas maniobras tácticas de vuelo gallináceo. Si decide arrancar Barcelona a la hidra separatista, habrá demostrado que hay grandeza en su visión de España. Y se lo criticarían, seguro, pero también empezarían a respetarlo.

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