
Como Aznar, que parecía el Cid Campeador y cuyo primer acto de gobierno fue entregar la cabeza de Vidal Cuadras (amén del ejercicio exclusivo de las competencias policiales) a los nacionalistas catalanes, Feijóo va a estrenarse en el mando regalando el Ayuntamiento de Barcelona a los golpistas del 1 de Octubre. El PP, ya se sabe, mucha pulserita con la bandera rojigualda, mucho cuadrarse cuando suena el himno, pero, a la hora de la verdad, nada con sifón. Aunque Aznar, por lo menos, podía ampararse en la excusa de que los votos de Pujol resultaban imprescindibles para lograr la investidura. Pero es que Feijóo no dispone de ninguna coartada mínimamente verosímil tras la que tratar de esconder sus claudicantes vergüenzas.
El drama de la derecha española es que nunca ha sabido casi nada de Cataluña y que, lo muy poco que sabe, lo conoce de oídas. Le pasó primero a Aznar. Le volvió a pasar a Rajoy. Y tiene toda la pinta de que le ocurrirá ahora a Feijóo. Feijóo seguramente aloje en su fuero interno la misma fantasía secreta que también compartieron sus antecesores al frente de Génova. Porque tanto Aznar como Rajoy quisieron convencerse a sí mismos, y contra toda evidencia por cierto, de que existía un catalanismo bueno; un catalanismo duro, correoso e intransigente en la defensa de los aspectos culturales asociados a la lengua vernácula, pero compatible en última instancia con el hecho español. Se empeñaron en soñar despiertos.
Y a Feijóo, decía, me temo que le suceda lo mismo. El cuento infantil sobre el retorno de "la vieja Convergencia" que tanto circula estos días por la prensa de la capital forma parte de esa fantasía recurrente. Como si la insurrección del 1 de Octubre no hubiera sido concebida, organizada y comandada por aquella misma vieja Convergencia que tanto parecen añorar ahora. ¿O acaso no fue el delfín de Jordi Pujol, Artur Mas, quien puso en marcha el procés? Sin la labor de zapa durante décadas de los viejos hipócritas de la vieja Convergencia, con el viejo independentista Jordi Pujol a la cabeza, el 1 de Octubre ni tan siquiera hubiese resultado imaginable. Ni imaginable. Pero en Madrid prefieren seguir soñando.
