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Columnas que no me apetece escribir

Por temas no va a ser, pero con este calor y esta depresión poselectoral la verdad es que no me apetecen nada, no me lo tomen a mal.

Por temas no va a ser, pero con este calor y esta depresión poselectoral la verdad es que no me apetecen nada, no me lo tomen a mal.
Europa Press

Aunque el periodismo es sobre todo un oficio y, como en todos los oficios, la práctica es una parte importante de la pericia, incluso después de muchos años de darle al teclado hay días en los que uno se ve incapaz de hacer nada, bloqueado. Por ejemplo, a la hora de escribir una columna como esta que está usted leyendo, que a veces son un auténtico parto.

Sin embargo, en este caso concreto del artículo de opinión a mí lo más difícil suele resultarme es encontrar un buen tema: algo sobre lo que sienta que tengo algo que decir, que no esté más allá de los asuntos que domino y, en definitiva, que me inspire.

Como se podrán imaginar, elegir tema se complica todavía más en semanas como esta en las que la actualidad se ha paralizado y las pocas noticias de cada día son casi siempre una vuelta a la misma noria que ya hemos hecho rodar cientos de veces. Poco más hay para elegir que esos asuntos de siempre y el amargo resultado de las elecciones, del que todavía queda, es cierto, mucha tela que cortar.

Pero entre la depresión por urnas, esa sensación de estar siempre volviendo a lo mismo una y otra vez y la cara de profeta clamando en el desierto que se nos está quedando, hay menos temas que me motiven y más columnas que, sinceramente, no me apetece nada escribir.

Sin ir más lejos: dedicársela al caradura de Sánchez que nos convoca las elecciones y luego se va de vacaciones a Lanzarote; a su falta de respeto por el pueblo, las instituciones y la democracia; o a su infinita capacidad para mentir y manipular. Pero es que esa columna ya la he escrito y yo creo que más de una vez.

También la podría centrar en el PP, en su infinita torpeza para preparar una campaña que era tan importante, esa forma de repetir errores históricos y volver a dormirse en los laureles, esa incapacidad casi congénita para trazar estrategias políticas coherentes y explicárselas a sus votantes, esa forma ya casi enternecedora de caer una y otra vez en las trampas que les tiende la izquierda.

Incluso podría escribir de Vox y de la manera en la que algunos de sus líderes parecen empeñados en demoler un proyecto que en tantos momentos vi oportuno e incluso necesario, en el amateurismo con el que se gestiona un partido empeñado en demostrar cada hora de las 24 el carácter eminentemente testicular de sus políticas; en como llevan un tiempo esforzándose en convertirse en la caricatura que la izquierda había hecho de él desde el principio y que muchos pensábamos que no se correspondía con la realidad.

Pero es que al final, mientras tú escribes de aquello que tienes más cerca porque es la manera en la que piensas que puedes ayudar, ellos se lo toman fatal y te forran a insultos –lo que les confieso que me importan un pito– y, sobre todo, te hacen muchísimo menos caso que a cualquier tuercebotas de izquierdas de Lo País o que al primer tuitero–youtubero–creador de contenidos que grite un par de bobadas y acumule likes.

Hasta podría dedicarle esta columna a Yolanda ‘la planchaora’ y el ridículo bastante intenso que han hecho ella y las legiones de periodistas que la han tratado como si fuese la reencarnación de Golda Meir y ahora son incapaces de reconocer que la plataforma que iba a cambiar la política española no es más que una muleta de Sánchez… y cada vez más débil.

Sí, como ven por temas no va a ser, pero con este calor y esta depresión poselectoral la verdad es que no me apetecen nada, no me lo tomen a mal.

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