
La prueba de que Reagan no estaba loco es que consiguió ganar la Guerra Fría haciéndose pasar por loco. Reagan era alguien tan cuerdo que tuvo la lucidez de recurrir al gallina, una de las plasmaciones de resolución de conflictos más célebres en la Teoría de Juegos, para acabar de darle la puntilla final a la Unión Soviética. Una estrategia, esa del gallina, que para resultar verosímil a ojos de sus adversarios en Moscú, requería convencerlos de que Estados Unidos estaría dispuesto a llegar hasta el final, o sea a un conflicto nuclear, con tal de imponerse. Algo que solo haría un loco de remate, claro. Reagan, salvando todas las infinitas distancias, era como Puigdemont, que tampoco está loco aunque lo simule.
Huelga decir que el hijo tarambana del pastelero de Amer quizá no encarne al bípedo más sensato que haya aportado la provincia de Gerona a la Humanidad en los últimos veinte siglos de la era cristiana; pero loco, lo que se dice loco, el Carles no lo está. Puigdemont, es sabido, se labró su sólida reputación de zumbado, fama que tan rentable le resulta estas vísperas previas a la constitución de la Mesa del Congreso, cuando lo de octubre del 17. Si bien lo cierto es que declaró aquella microindependencia de los cinco segundos no por convicción, fanatismo o extravío mental alguno, sino por miedo; por simple, vergonzante e inconfesable miedo.
¿Miedo a quién? Miedo a los suyos. Igual que Companys, otro hombre sin carácter, en el 34, Puigdemont proclamó la nanoindependencia porque le aterraba la idea de pasar a la historia como un traidor tras perder unas autonómicas adelantadas con la Esquerra señalándole con el dedo en el papel de Judas. Sin la presión irresistible de Junqueras y su tropa, Puigdemont nunca hubiera roto la baraja. Porque, sí, será un frívolo y un cantamañanas, pero no es un demente. Hasta que llegue el instante de la investidura, seguirá jugando a hacer ver que le hace un gallina a Sánchez. Pero cuando llegue, se rilará. Extramuros de la pomada institucional hace mucho, mucho frío. Y lo sabe bien.
