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Las chicas del fútbol, la España del bar y ese calvo del que usted me habla

EFE
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Triunfaron las chicas en el fútbol y se alzaron con el primer mundial femenino, jugando como doñas y dejando en la cuneta a Países Bajos y los hijos de la pérfida Albión, para mayor gloria española. Blas de Lezo estaría orgulloso; ya no se lleva aquello de mear mirando hacia Inglaterra, pero nos queda esa instantánea de Jennifer Hermoso sacando el dedo a pasear ante una de las rubias inglesas. Todo buen español debe celebrar una victoria sobre protestantes y luteranos.

Encabezan las chicas titular y columna porque merecen su importancia, por mucho que alguno se empeñe en lo contrario. Al presidente de la Federación Española de Fútbol – parece que se le olvida, a nosotros no – no se le ocurrió mejor idea que estampar sus morros contra los de Jennifer Hermoso en la ceremonia de entrega de la copa, preso de "la emoción del momento". Como el trofeo no era para él, apresó el rostro de la jugadora con unas manos que parecían planchas de una prensa hidráulica y se lanzó a por el suyo propio. Consultando la moviola de la celebración en el campo, parece que el momento se le hizo más largo de la cuenta y al beso le sucedió un abanico de afectos desordenados y chirriantes de dudosa candidez con las jugadoras, dejando al primero en mera anécdota. Ni el pulpo Paul, oiga.

A saber, cuando se escriben estas líneas, si este último capítulo desembocará en su dimisión – nada más peligroso que el toquecito que le ha dado Sánchez –, pero convendría una de esas expulsiones de doble amarilla por reiteración. Estamos ante la versión reciclada de Jesús Gil: el espíritu Torrente envuelto en un aseado físico de corrección moderna. El personaje tiene una resistencia al escándalo que no se recordaba desde el alcalde marbellí: no sólo escapa a sus consecuencias, sino que se nutre de él. A ver si es que va a formar parte de las famosas "cloacas del Estado".

No le dedico más líneas porque duele ver que en España se nos desordenan las prioridades como al presidente los afectos. La semana pasada asistimos a la constitución de la Mesa de la Cámara Baja, con la nueva presidenta Armengol anunciando un Congreso plurilingüe al habernos acostado como España y despertado como país de países – Yolanda dixit –. Armengol, dicho sea de paso, es otro personaje refractario al escándalo, con una causa judicial abierta por el caso de las menores tuteladas en Baleares y una ética de dictador bananero, yéndose de copas mientras el resto no podíamos ni salir al rellano, COVID-19 mediante. Se supo en estos días, por cierto, que la causa judicial seguía adelante debido a una denuncia interpuesta por Vox. Curiosamente, Armengol era nombrada al día siguiente presidenta del Congreso. Ya ven, la política está llena de casualidades. En cuanto a los idiomas, el ministro de Exteriores remitió el pasado jueves una carta a la presidencia del Consejo de la UE para que dote al catalán, gallego y euskera de la categoría de idiomas oficiales. Al respecto, les recomiendo este tweet de Diego Canga, ahora diputado y portavoz del PP en el Parlamento de Asturias, y anteriormente funcionario de la UE, que sintetiza la diferencia entre la ficción parlamentaria de algunos y la realidad política del mundo de los adultos.

Con todo, estos días sólo ha relucido el famoso beso. Y aunque es de recibo señalar penalti y expulsión, no he podido evitar acordarme – salvando las distancias, pero entiéndanme – de otros episodios nacionales. ¿Recuerdan a los chavales del colegio mayor Elías Ahúja y sus hormonas efervescentes, enloquecidos por sus vecinitas de enfrente? ¿Al perro Excalibur, cuyo sacrificio había que evitar como si de un holocausto se tratase? En su día no se hablaba de otra cosa. Y es que la charla distendida de sofá y la conversación de

barra de bar han sido elevados a la categoría de asunto de Estado. Pesa ese morbo tan latino y mediterráneo por la polémica y la gresca. La actualidad y el futuro del país son esclavos de la noticia del día, reemplazada por la del siguiente en un bucle infinito, presos de la dictadura de la anécdota.

Debe hablarse del vergonzoso comportamiento de canallita adolescente del presidente de la Federación Española de Fútbol, pero no más que del descarte por parte de Sanidad del cribado de un cáncer que podría salvar miles de vidas – por mucho besuqueo que hubiera, no se ha muerto nadie –, de una presidenta del Congreso que no es digna de tal cargo o de unas campeonas del mundo. Y puestos a pedir, convendría que las indignaciones del respetable siguieran el principio de coherencia: cuando saltaron a la palestra delitos de violencia sexual mucho más graves que el morreo de marras, los paladines del feminismo no mostraron el enfado y la sed de venganza que exhiben hoy. Parece que el delito depende del quién y no del qué. Cuando la justicia es selectiva, lo que hay detrás es sólo política.

Ojalá llegue ese momento en que lo anecdótico se convierta en problema por la ausencia de ellos. Mientras tanto, convendría dejar las vísceras en casa y desapasionar el debate político, porque esto se parece más a la barra del bar que a una nación. Quiero pensar que, además de conversaciones intrascendentes, alberga un futuro, pero cierra agosto y seguimos a pan y circo, humo y barniz, prórroga de incapaces. Ansiaba una típica semana de aburrimiento estival, transición entre los calores de un agosto menguante y el principio de un curso que ya asoma en el horizonte, pero la crónica española siempre acude al rescate.

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