
Ahora llamamos meme a esa caricatura que oscila entre lo cómico y lo absurdo y que no es otra cosa que la versión reciclada y simplificada del esperpento de Valle-Inclán. Los tiempos modernos simplifican todo cuanto nos rodea, y aunque menos elaborado, si el gallego levantara la cabeza habría visto a uno de sus compatriotas dar el pistoletazo de salida a un nuevo capítulo del esperpento patrio.
Néstor Rego (BNG) celebraba en twitter –perdón, X, porque lo moderno tampoco soporta la tradición– "ser este martes (…) el primer diputado en intervenir en el Congreso en la lengua propia". Se refirió al martes como "terza feira", en un magistral híbrido gallegoportugués sacado de la manga, fruto de esa obsesión del acomplejado por distinguirse de los demás. Sorprende este ramalazo portugués del BNG, máxime cuando los gallegos de Rías Altas le dedican el cariñoso apelativo de "portugueses" a los que habitan de Santiago para abajo.
Buen preludio del gallego al teatro que se avecinaba. El debate del martes tenía como objetivo aprobar el uso de las lenguas cooficiales en el hemiciclo, pero algunos diputados consideraron conveniente ir ensayando, no fuera a ser que en el momento de la verdad sonaran un poco impostados, como Rufián en catalán –aquello se parecía a mi gallego cubata en mano en La Coruña–. Cuca Gamarra (PP) hizo lo posible por recordar el reglamento y sus tiempos, así como la importancia de respetar las formas. Recibió de la presidenta del Congreso, la escapista de la justicia Armengol (PSOE), una cándida sonrisita y una palmadita en la espalda: el PP siempre olvida, por indolencia o ignorancia, que el PSOE y las formas hace tiempo que dejaron de existir como sujeto y predicado. Más pragmático fue el grupo Vox abandonando el hemiciclo y dejando los pinganillos en el escaño vacío del presidente en una poética instantánea, con su nueva portavoz Pepa Millán denunciando cómo sus señorías se pasaban el reglamento "por el forro (pausa dramática) de la chaqueta". La sonrisilla traviesa de su escolta, el diputado Figaredo, al oír sus palabras, perfecto final del primer acto.
Continuó el esperpento y éste adquirió tintes semperianos. Cuando el diputado del PP comenzó a divagar en euskera, dejó ojipláticos a propios y extraños. Después de la consistente intervención de Gamarra y de decir días antes que no harían el canelo, esas frases fueron canela en rama para los nacionalistas: música para sus oídos, aunque lo entendieran cuatro. Padece el PP el virus de la corrección política: fieles a su presumir en lo económico y su vacío en lo moral, se empeñan en criticar las formas –el reglamento, el coste del pinganillo– y olvidar el fondo. Se lo recordó Aizpurua (EH Bildu): "es de agradecer, es de destacar este paso simbólico pero importante. Pone de manifiesto una realidad que los vascos conocemos, pero que este Estado niega, y es que somos una nación". Sémper aclaró posteriormente que pretendía demostrar que las lenguas cooficiales no son patrimonio de los nacionalistas y resaltar el sinsentido de la traducción, pero era tarde: ya les había dado el titular. Algunos, en su empeño por dotar a la política de altitud de miras y solemnidad olvidan que, a veces –y no pocas–, el ciudadano de a pie se mueve más por las tripas y el corazón que por la razón. En ocasiones, conviene no hilar tan fino y bajar al barro a cara de perro, porque la escena recordó a aquella de Indiana Jones en busca del arca perdida: Sémper blandiendo la cimitarra y exhibiendo sus dotes de espadachín para terminar recibiendo un par de descargas del revólver nacionalista.
Tras la comedia llega el absurdo, y en esta categoría merece especial mención la aventurilla del ministro de Exteriores Albares por la UE para ver si le compraban este folletín lingüístico con el que poder justificar y maquillar como democrático el numerito del Congreso. Como las quinielas apuntaban, le dedicaron un cortés "vuelva usted mañana" y la proposición de reconocimiento de estas lenguas quedó aplazada sin fecha a la espera de los "informes técnicos" que han solicitado otros países miembros reticentes al asunto. Para facilitar el trámite el Gobierno ha priorizado el catalán, por ser la lengua con más hablantes de las tres. También es la lengua de los votos más necesarios para la investidura al no disponer del recuento de votos nulos madrileños, cortesía del Constitucional, pero el PSOE suele ser víctima de estas desafortunadas casualidades. El PNV, en uno de esos arrebatos de sentido común que a veces padece, les recordó otra: que hace un año rechazaron lo que ahora aprobaban. "Quizá entonces no era necesario, quizá la defensa de algunos del plurilingüismo es directamente proporcional a sus coyunturas y necesidades políticas", comentó Aitor Esteban. Priorizar el catalán ha despertado alguna levísima queja para cumplir el expediente fanático en los partidos nacionalistas vascos y ninguna en el gallego, fieles a su carácter discreto. Pero lo importante ya se había ejemplificado: seremos portugueses, europeos o lo que se precie, pero jamás españoles.
En todo caso, visto que se consuma el absurdo, convendría que sus señorías recorran el camino hasta el final. Espero que se apunten a la Escuela Oficial de Idiomas para sacarse el C2 de todas las lenguas cooficiales del Estado o permitan en aquellos territorios donde existen que los médicos, profesores y otros funcionarios puedan disponer de un pinganillo en lugar de despedirles, por aquello de la justicia y la reciprocidad. O que hagan cumplir las sentencias sobre el uso del castellano, ya que no parecía importarles usarlo hasta ahora y este martes estaban exultantes con las traducciones de sus lenguas únicamente a ésta.
Hay que reconocer que el guion de la jornada fue digno del Siglo de Oro español. El esperpento irradia españolidad por los cuatro costados y sus crónicas son de aúpa, si es que a uno le queda una pizca de humor en el cuerpo. En caso contrario, por higiene mental y para evitar una depresión crónica, conviene abrazar la filosofía quijotesca o aquello que decía San Juan Pablo II: defender la verdad, aunque queden sólo doce –o uno, me permito añadir–, porque habita en lo eterno, y ahí nunca puede ser vencida. Desde luego, en el hemiciclo no se la encuentra por ningún lado.
