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Elogio de Feijóo

En aquel primer combate televisivo con Sánchez no sonó la flauta por casualidad. Feijóo no era, como suponían, un peso mosca. Hay toro.

En aquel primer combate televisivo con Sánchez no sonó la flauta por casualidad. Feijóo no era, como suponían, un peso mosca. Hay toro.
El candidato a la presidencia del Gobierno y líder del PP, Alberto Núñez Feijóo durante su intervención en la segunda jornada del debate de su investidura. | EFE

En esta vida no se puede valer para todo. Feijóo, por ejemplo, resulta un discreto agitador de masas, oficio de brocha gorda para el que no fue elegido por los dioses, pero posee, en cambio, un talento más que notable a la hora de ejercer ese difícil arte de la improvisación rápida, cortante y sagaz en la distancia corta, el rasgo que distingue siempre a los buenos parlamentarios de los simples oradores correctos. En las réplicas desde la tribuna del Congreso, Feijóo maneja la ironía, que es el puñal más mortífero entre todos que puede ofrecer la retórica para quien sepa utilizarlo, con una destreza que el madrileño en funciones, hombre de recursos siempre prosaicos, sabe bien que no puede igualar.

Y acaso fuera esa la verdadera razón oculta de que enviara por delante a un propio de la claque faltona y tabernaria de Ferraz; prudente cautela que le ha salvado de salir corneado del envite. Los gallegos, es sabido, son los menos españoles de todos los españoles; porque lo suyo es la sutileza y la ambigüedad, una manera de andar por el mundo en las antípodas de esa áspera rudeza marcial que caracteriza siempre a aragoneses y castellanos. Los gallegos, sí, son muy cabrones porque engañan, engañan mucho. En la pomada pensaban que Feijóo les iba a durar dos telediarios porque veían en él a un paleto de Orense que se perdería cuando lo dejaran solo en medio del bullicio de la Gran Vía.

De hecho, ya le tenían preparado el entierro antes incluso de que estrenara despacho en Génova. En la pomada hay mucho listo. Pero van a tener Feijóo para rato. Y es que del mandato real de la investidura cabe extraer dos conclusiones principales. La primera, ahora ya evidente para todo el mundo salvo para los estrábicos incurables, es que Feijóo no anda de paso por Madrid, sino que llegó para quedarse. La segunda, también bastante evidente tras la medrosa espantada del interino en el hemiciclo, es que en aquel primer combate televisivo con Sánchez no sonó la flauta por casualidad. Feijóo no era, como suponían, un peso mosca. Hay toro.

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