
Muy probablemente, este martes, después de la segunda ronda de consultas llevadas a cabo con los partidos que han acudido al Palacio de la Zarzuela —no lo han hecho Junts, ERC, Bildu y BNG, lo cual es una falta de educación y respeto al Jefe del Estado—, el Rey encargará a Pedro Sánchez que intente la investidura, después de no haberla conseguido Alberto Núñez Feijóo.
Empezará ya, aunque de hecho comenzó hace cinco años, la utilización de la mentira como forma de gobernar, que eso es en esencia el sanchismo: tomar a los ciudadanos por tontos; decir una cosa antes de las elecciones y hacer la contraria después; estar dispuesto a pactar para mantenerse en el poder con el mismo diablo. La mentira es, en el fondo, el relativismo puro. No hay respeto a la palabra dada, no hay lealtad a unos principios, a unos valores, porque se carecen de ellos. No sólo no se escucha a quienes critican esa conducta, sino que en algunos casos se les trata con desdén e incluso se les expulsa del partido.
Sánchez tendrá que retratarse en los próximos días —algo que no quiso hacer, con su habitual prepotencia y desprecio a los hábitos parlamentarios, en la investidura de Feijóo, delegando su turno en el pasajero del AVE que vino de Valladolid— y explicar a todos los españoles por qué está dispuesto a conceder una amnistía en plena democracia, a unas personas que intentaron dar un golpe de Estado en setiembre y octubre de 2017 en Cataluña.
Asistiremos entonces a la utilización de la mentira en estado puro. Sánchez dirá que se trata de recuperar la convivencia, la concordia, el entendimiento con Cataluña, perdido en 2017 por culpa, por supuesto, del PP y del Gobierno de Rajoy. Como si él no hubiese apoyado la aplicación del 155 o hubiera calificado de rebelión lo sucedido entonces. Pero al personaje eso le da igual, porque está tan acostumbrado a "cambiar de opinión" (su nueva definición de mentira) que hacerlo una vez más no le supone un gran esfuerzo.
Lo que no dirá Sánchez ni todos sus corifeos en su actual partido —si es que se puede llamar así a lo que queda del PSOE— es que la amnistía la va a conceder, única y exclusivamente, para contar con los votos de Puigdemont, porque si no, no habría investidura y se iría a una repetición de elecciones el 14 de enero del próximo año, y el actual inquilino de la Moncloa no querrá correr ningún riesgo.
Tampoco reconocerá Sánchez que la amnistía no está contemplada en la Constitución, pero eso también le da igual, porque para eso está Cándido Conde-Pumpido en el Tribunal Constitucional. ¿Quién manda en el TC?, preguntó Sánchez a ese periodista de RNE que le interpeló por la Fiscalía General del Estado, y ahora volvería a responderle lo mismo: "pues eso".
Por supuesto, que ni Sánchez ni ninguno de los dóciles secretarios provinciales del PSánchez que este domingo hicieron público un comunicado de apoyo a su jefe, que daba vergüenza ajena leerlo por tanta sumisión al Cesar, reconocerán que una amnistía se suele conceder —como sucedió en España en 1977—, cuando se transita de una dictadura a una democracia, pero nunca se da para amnistiar a quienes se saltaron la ley para atentar contra el Estado y fueron condenados por ello, con todas las garantías jurídicas, por el Tribunal Supremo.
Se suele decir que la mentira tiene las patas muy cortas. No se si con este campeón del embuste eso es así, pero no queda otra que resistir, hacer frente a tanto dislate y luchar para que la Verdad, con mayúscula, venza a la mentira, con minúscula. Cuando eso suceda, será el principio del fin de este personaje, al que Abascal, mirándole a la cara desde la tribuna del Congreso de los Diputados, le espetó el pasado viernes, que era el presidente más corrupto que había tenido España, una afirmación rotunda y dura donde las haya, que el afectado encajó con una aparente frialdad, porque conociendo algo su carácter, seguro que tuvo ganas de hacer un Viondi al líder de VOX.
El próximo domingo en Barcelona habrá una oportunidad de oro para empezar a ganar esta batalla. Para que la Verdad se imponga a la mentira. La manifestación convocada por Sociedad Civil Catalana —en la que estarán Feijóo y Abascal— será una gran ocasión para decirle alto y claro a Sánchez, que es el verdadero problema de España, no Puigdemont, que "en mi nombre, NO".
