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Jesús Laínz

Mortimer o el separatismo jesuítico

Medio siglo de parálisis de los gobiernos españoles, alimentados en su mayoría por la explosiva alianza de malvados y analfabetos, tiene sus consecuencias.

Medio siglo de parálisis de los gobiernos españoles, alimentados en su mayoría por la explosiva alianza de malvados y analfabetos, tiene sus consecuencias.
Santos Cerdán, Pedro Sánchez y Miriam Nogueras. | EFE

Lo conocí hace ya un cuarto de siglo, cuando todavía medíamos con pesetas el precio de las cosas. Era un septuagenario inglés grandote, miope, generoso de carnes, lento de andares, silencioso y sumamente educado. Un buen tipo. De profesión asesor financiero, coincidí con él en varias reuniones con empresarios de la siderurgia vizcaína. Uno de ellos, gritón, descortés e incapaz de recordar su nombre, le interrumpía con frecuencia al grito de "¡Tú calla, Mortimer!". Lo llamaremos así.

Católico practicante, Mortimer tenía trato frecuente con los jesuitas de su ciudad. Con uno de ellos, al que tenía por guía espiritual, solía conversar sobre lo divino y lo humano. Un día le comentó el origen español de la orden, ante lo que el jesuita inglés sonrió y le respondió: "No olvide que Ignacio de Loyola era vasco, y si se le ocurre decirles a los vascos que son españoles, se meterá usted en problemas".

Así que me tocó explicarle que el que se habría metido en problemas habría sido aquél al que se le hubiera ocurrido negarle su condición de español a quien de niño sirvió de paje de Fernando el Católico; a quien tuvo dos hermanos, oficiales del ejército, que murieron en las campañas italianas del Gran Capitán; y a quien vertió su sangre en defensa de la españolidad de Navarra frente a los cañones del ejército francés.

Y como la casualidad hizo que en aquel momento nos encontráramos paseando por Bilbao, nos acercamos a la estatua de su fundador, Diego López de Haro, para contarle algunas cosas sobre el personaje y sus ancestros, especialmente su abuelo homónimo, el de las Navas de Tolosa.

You’re very good at history! –me dijo–. Estas cosas nunca me las han contado los jesuitas de mi parroquia.

–Porque a los jesuitas de su parroquia sus hermanos jesuitas de aquí, aprovechando su comprensible ignorancia sobre los asuntos de España, les han contagiado la necia adjudicación a los vascos del siglo XVI de las neurosis separatistas del siglo XX.

Pero lo más interesante fue su deducción sobre la capital del Nervión a vista de pájaro:

–Al aterrizar me ha sorprendido la enorme concentración industrial de Bilbao, equiparable a las de Manchester o Birmingham. Vista desde arriba, da la sensación de una ciudad sucia y desagradable. ¡Qué astutos los castellanos al concentrar aquí la industria para que ellos puedan respirar aire limpio! Good castilian trick!

Me costó un buen rato explicarle al bueno de Mortimer que los castellanos no habían tenido parte alguna en la decisión sobre cómo y dónde ubicar la siderurgia vizcaína, que la siderurgia vasca se desarrolló extraordinariamente a partir de la segunda mitad del siglo XIX por varios motivos económicos, mineros, fiscales, técnicos y bélicos, y que la historia económica de España es demasiado compleja como para resumirla con un "truco castellano".

También conocí por aquellos días a un alto directivo suizo, millonario, masón y calvinista, que me dijo que admiraba mucho a los vascos porque, aunque nunca había tratado a ninguno y nunca había estado in situ, algún amigo suyo le había dicho que los bilbaínos se distinguen por ir corriendo a trabajar por las mañanas, a diferencia de unos españoles que es de suponer que irán arrastrando los pies. Y en esa diferencia encontraba él la justificación de las ansias separatistas de los vascos. No comprendí a la primera que estaba hablando en serio. Y dejo a su imaginación, bienamado lector, imaginar el esfuerzo que me costó conservar los buenos modales.

Lo que aprendí en aquellos ya lejanos días fue que no hay escapatoria ante el poder de la propaganda. Una vez que han cuajado los dogmas centrales de una agitación política de largo alcance, sobrehumana es la tarea de ir desmontando sus piezas con las herramientas de la razón. Si se acepta como verdad incontestable la maldad de España y la bondad de quienes, como reacción, desean separarse de ella, podrá sostenerse con éxito cualquier disparate o su contrario. Según convenga.

Si, desde un enfoque protestante, irreligioso o progresista se opina que los jesuitas son malos porque encarnan la intolerancia religiosa, el oscurantismo, el concilio de Trento y las mazmorras inquisitoriales, ello se debe a que los jesuitas son una orden fundada por el español Ignacio de Loyola: la tara original de ser español. Pero si, desde un enfoque católico, se opina que los jesuitas son buenos por los motivos teológicos, culturales, políticos o sociales que a cada uno le atraigan, ello se debe a que son una orden fundada por el vasco Ignacio de Loyola: la virtud original de ser vasco.

Si, desde un enfoque económico, se opina que el gran desarrollo industrial de Vizcaya es una buena cosa, ello se debe a la laboriosidad y modernidad de los vascos en contraste con la vagancia y atraso de los españoles: la virtud original de ser vasco. Pero si, desde un punto de vista ecologista –inimaginable, por cierto, en el siglo XIX–, se opina que la concentración industrial vizcaína es perniciosa e inhumana, ello se debe a un pérfido plan de los españoles para perjudicar a los vascos: la tara original de ser español.

Se podrían poner mil ejemplos más, tanto catalanes como vascos. E hispanoamericanos, por supuesto, ya que la cómoda excusa para justificar su eterno atraso es echar la culpa a los españoles olvidándose de los doscientos años que han tenido para ponerse a trabajar. Lo malo siempre es culpa de los españoles y lo bueno siempre es gracias a los demás.

Señalemos sólo las consecuencias más graves y recientes: en 2017 la opinión pública de todo el mundo simpatizó con los pobres separatistas catalanes, tan progresistas, demócratas y benéficos, en su heroica lucha contra la opresora España. Seis años después la hispanófoba izquierda española, que comparte ese enfoque, está encantada de destruir España para satisfacer a unos separatistas que, una vez más, encarnan el bien, la verdad y la belleza frente al horror español. Y la derechita de siempre, incurablemente ridícula, colabora protestando un poquito y en voz baja, porque si echara mano de la dignidad y la virilidad que no tiene, le llamarían cosas tan feas como a Abascal. Y antes que eso, cualquier humillación es preferible.

Medio siglo de parálisis de los gobiernos españoles, alimentados en su mayoría por la explosiva alianza de malvados y analfabetos, tiene sus consecuencias.

www.jesuslainz.es

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