Hoy se cumplen seis años del fallecimiento de mi padre, José Manuel Maza Martín, mientras ocupaba el puesto de Fiscal General del Estado. Pocos días antes, el 30 de octubre de 2017, se había presentado la querella contra los políticos catalanes responsables del fallido golpe de Estado perpetrado contra nuestro orden constitucional. La redacción de dicha querella fue fruto del trabajo de sus más estrechos colaboradores si bien, como cualquiera que le conociera se puede imaginar, fue incapaz de no estudiar a fondo la cuestión, redactando de su puño y letra gran parte de los argumentos allí expuestos.
Como no puede ser de otra manera, mi padre estaba plenamente convencido del rigor jurídico de todo lo incluido en ese documento y, en particular, de la tipificación delictiva de los hechos que, como siempre decía, para ser finalmente aceptados judicialmente había que transcurrir por un proceso penal con todas las garantías y, en último caso, ser sentenciado por el tribunal correspondiente. La querella la firmó él mismo y, en contra de lo que se pudiera pensar, esto no fue consecuencia de ningún ansia de protagonismo sino, como reconoció en alguna ocasión, del respeto institucional que debía a las personas contra las que se dirigía, pues habían sido democráticamente elegidas por los ciudadanos de Cataluña. Es más, en alguna ocasión confesó que, si el asunto llegaba a juicio oral y él seguía en el cargo, debía estar presente y dirigir la actuación de la Fiscalía en primera persona.
Muchas memorias vienen a mi cabeza en estos momentos, pero jamás pude imaginar que ese líder de la oposición al cual agradecí que acudiera a la capilla ardiente hace seis años (el cual, por cierto, había apoyado la aplicación del artículo 155 de la Constitución), cuando llegara al poder, sería capaz de pactar con esos mismos delincuentes y fugitivos la destrucción de nuestro sistema de libertades. Sin embargo, creo firmemente, como haría mi padre, en la capacidad de resistencia de los españoles pues, a lo largo de nuestra historia, hemos pasado por momentos críticos, con gobernantes egoístas e irresponsables que antepusieron sus intereses personales al bien común y, sin embargo, a pesar de las tragedias vividas, la Nación siempre ha logrado sobrevivir. E, incluso, me atrevo a afirmar que a los momentos más difíciles han sucedido otros de máximo esplendor.
Es evidente que, para lograr superar esta triste etapa, debemos defender sin ambages nuestra Constitución y denunciar en todos los ámbitos, nacionales e internacionales, la gravedad de lo que está ocurriendo (y lo que pueda venir). Asimismo, debemos responder a cada discurso hueco y falso, a cada artículo interesado y tramposo. Y, en fin, debemos evitar caer en la trampa de pactar con quien pretende someter todas las instituciones a su unívoca voluntad bajo una retórica de hojalata. Los españoles nos tenemos que rebelar pacíficamente contra el ataque que estamos sufriendo y hoy tenemos una gran oportunidad de hacerlo en Madrid.
Termino ya, afirmando con orgullo que, durante los años que viví junto a mi padre, fue siempre un ejemplo de pragmatismo y buen talante, pero también de determinación en la defensa de los principios y valores de nuestro sistema democrático y constitucional. Por encima de todas las cosas, tenía un elevadísimo sentido de la Justicia y, en consecuencia, era plenamente consciente de que no hay democracia posible sin sometimiento a la ley de todos los ciudadanos y poderes públicos. Y precisamente eso, igual que en 2017, es lo que está hoy juego.