
La advertencia del título, se pensará que, probablemente, sea estéril, aunque aclara lo que no siempre es evidente, en las atribuciones de éxito y fracaso, ni en las de culpabilidad e inocencia.
La cuestión gana importancia cuando los sometidos a identificación se comportan desde perfiles bien diferentes: en un caso, huidizo, alejándose de cercanías naturales, sonriente, aún en situaciones contrarias a su perfil, porque siempre cabe cambiar de opinión, dice.
En el otro caso estamos ante quien prodiga su presencia, buscando ser reconocida por su capacidad de hacer y deshacer. Naturalmente, sin abundar en los fracasos, pero sin rehuir explicaciones que, por grotescas que parezcan, su serenidad es tal que resultará creíble, por falaz que fuere.
Cuando dos perfiles, tan distantes, convergen en un mismo escenario, motivados, además, por objetivos sobre los que el primero ostenta la máxima responsabilidad, mientras que la segunda la ejerce como delegada de la anterior, la posibilidad de confusión es máxima y, por tanto, la aclaración, desde el inicio, necesaria.
¿O es que debemos aceptar que Sánchez nada sabía, por ejemplo, del incremento extraordinario del Salario Mínimo Interprofesional? Un SMI, que ya supera la barrera peligrosa del 60% del salario medio español.
La propia señora Díaz, ya que presume de comunista, debería de conocer los problemas de la Unión Soviética para que un trabajador aceptase la responsabilidad de dirigir una explotación, a cambio de la escasa diferencia salarial entre trabajar sin más responsabilidad que obedecer órdenes, o asumir la responsabilidad de dirigir la producción.
¿Puede pasar lo mismo en España? La Vicepresidenta Díaz se ha propuesto mandar como comunista –sin conocer sus efectos– en un país capitalista; o si molesta la denominación, sustituyamos capitalista por economía libre.
¿A quien debemos atribuir el paro que genere en los trabajadores de menor cualificación el nuevo SMI? Porque, en el comunismo, como en el capitalismo, las responsabilidades se definen y se concretan en decisiones humanas, que la sociedad debe conocer y la autoridad sancionar.
Cosa distinta es que, en un gobierno –presidente, vicepresidentes/as, ministros/as…– puedan jugar públicamente, a una distribución, de ángeles buenos y ángeles malos –tan acuñado en la literatura universal–, cumpliendo cada cual, el papel asignado.
La diferencia es significativa, ante los mismos hechos. Siguiendo a Marlowe, el ángel bueno dice: "¡Oh, Fausto, deja ese maldito libro / Y no lo mires; tentará tu alma / Y habrá de amontonar sobre tu frente / La cólera de Dios abrumadora! / Lee, lee las Santas Escrituras; / Eso que estás leyendo son blasfemias".
Mientras, el ángel malo, dirá: "Sigue, Fausto, adelante en el estudio / De aquel arte famoso, que contiene / De la Naturaleza los Tesoros; / Lo que en el cielo es Júpiter augusto / En la tierra sé tú; señor potente / Y árbitro de los vastos elementos". [Christopher Marlowe (1564-1593) "La trágica historia del Doctor Fausto". Trad. de José Alcalá-Galiano. Librería General de Victoriano Suárez. Madrid 1911].
Buenos y malos, convergen en la cosa pública. Aunque quien designa, puede, igualmente, cesar al designado que le contraría. Si no, es que lo asume
