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Muerte a la familia, larga vida a la persona vitamina

El dinero es la excusa, pero ahí tienes a los gitanos con su romería y a nuestros abuelos con sus camadas de diez.

El dinero es la excusa, pero ahí tienes a los gitanos con su romería y a nuestros abuelos con sus camadas de diez.
Una pareja y su bebé empujan el carrito del mismo en un parque de Madrid. (foto de Archivo) | Óscar Cañas / Europa Press

Contaba una compañera de trabajo la última desaparición en la niebla de la discoteca de un chico después de confesarle, tras un par de citas, que quería seguir conociéndole. Otra, en una anécdota más oscura, nos decía que una amiga, madre reciente, andaba desconsolada porque su pareja y padre de la criatura se desentendía de su cuidado: necesitaba tiempo para conocer y acostumbrarse al recién llegado. La paternidad, escupida de golpe del vientre materno, se le hacía cuesta arriba. También escuché estos días a una mujer que presumía de decir a su novio que lo único imprescindible en su vida eran sus padres y su perro. Uno pensaría que se trata de la clásica broma del empoderamiento femenino, pero al echar un vistazo a sus redes sociales y contemplar el monográfico del chucho, ve que la tipa va muy en serio: pobre del maniquí con cipote que comparta techo con ella.

Contaba todo esto a mi chica cuando pasábamos con el coche por unas chabolas. "Mira, de ahí te salen cinco niños por familia. Y nosotros aquí, inventándonos problemas", me decía. Y es que allí, en la amalgama de cartones, chatarra y telas, la manada se reproduce por esporas y aparecen críos como champiñones en otoño. Se dispara y luego –si eso– se pregunta: no hay listas de pros y contras sobre la descendencia. Qué mundo hemos creado: ellos, familia numerosa; nosotros, uno y gracias. El dinero es la excusa, y ahí tienes a los gitanos con su romería y a nuestros abuelos con camadas de diez. Trabajaron de sol a sol en la mina y comían las cuatro cosas que había a mano –cenaban huevos con patatas día sí día también–, pero ellos pudieron, otros pueden y a nosotros se nos antoja misión imposible.

Vivimos en un secuestro mental, víctimas de un relato que ha calado bien hondo. Si quieren pruebas, pueden consultar el hilo twittero de Rafael Núñez Huesca, donde ha ido recopilando todas las noticias de los últimos años sobre lo negativo de tener hijos. El experimento sociológico ha conseguido que esta generación, infantilizada por tanta sobreprotección, entre en paro cardíaco ante la idea de la descendencia. Eso sí, no falta tiempo para consumir autoayuda compulsivamente y hablar del último libro o discurso de coach motivacional de Instagram sobre ser mejor trabajador, mejor pareja, mejor madre o mejor dueño perruno. Encuentra a tu persona ideal, sé esa persona ideal y cualquier otra aspiración de perfección que sólo acarrea frustraciones. Y en cambio, después de los sermones, unas te dicen que no necesitan un hombre al estar empoderadas o que la maternidad es horrible –salvo la de su caniche, claro–, y otros abandonan a su chica por la siguiente curvilínea de mejor ver al mínimo problema, víctimas del síndrome de las mil puertas abiertas: siempre –que te crees tú eso– habrá alguien mejor. Virgencita, virgencita, aparta esta autoayuda de mí y que me quede como estoy.

Y si los adultos funcionales se lanzan a la piscina familiar, ahí estarán los medios para instalar problemas ficticios en la psique colectiva: ojo que vuestra salud mental se va a resentir –ya hay que vivir resentido para que esto ocurra–; echad cuentas porque esto es una ruina y no podréis educarlos en Harvard o sufragar sus gastos hasta los 25 –como si los hijos fueran apéndices inútiles de sus padres–; mirad que tocará cambiar los veranos en Maldivas o costa amalfitana por el parque de bolas; y cuidadito con la panza y las tetas caídas, que a ver quién va a soportar verse y querer al otro así. La prioridad es mantener la cuenta del banco boyante y la vida sin renuncias en favor del otro. Convertirnos en bienes y servicios de consumo. La cuestión se presenta como un problema matemático y, oh sorpresa, procrear no sale a cuenta. Ninguna novedad: el amor vence a la matemática. Tener hijos es algo "irracional", porque uno decide tenerlos aun sabiendo que su vida, en términos materiales, empeorará. Pero los amores, poco entrenados en nuestros días, sucumben a la turra antinatalista.

Las tradiciones no ocupan su lugar por casualidad o azar entrópico. Disfrutan de tal condición porque reflejan y potencian la naturaleza y carácter del ser humano. La familia es la conjunción perfecta de nuestra dignidad individual y naturaleza animal. Es el reducto que permite desarrollarnos como seres únicos e irrepetibles y, a su vez, integrarnos en esa manada homogénea para beneficio de todos. Y hoy se encuentra moribunda, perdiendo la batalla frente a la individualidad, el hedonismo, el egoísmo y la muerte. Quién lo diría, pero conviene aprender de esos chabolistas, viviendo su verdad de espaldas al mundo y a salvo de estos tiempos locos, donde la familia es lo más punk y la auténtica contracultura. A esta España en unos años no la va a reconocer ni Dios: se convertirá en un ejército de mascotas, ansiolíticos y soledades. Y de los españoles, ni rastro.

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