
Pasa el tiempo y como veníamos advirtiendo, el campo español y europeo arden a merced los pirómanos de Bruselas. Es claro que el rural amansa el espíritu: los agricultores y ganaderos han pasado años advirtiendo, de buenas maneras, que venía el lobo en forma de burocracia comunitaria, en lugar de visitar la moqueta del Parlamento a lomos de sus mastodónticas máquinas, como bien hacen ahora. Y es que la Europa de la libertad se empeña en hacerles competir en la más absoluta desventaja, legislando contra sus propios trabajadores. Prohibiendo fertilizantes y fitosanitarios en el territorio común mientras se permite la importación de alimentos que se han cultivado utilizando dichos productos a discreción; financiando con fondos europeos la creación de tierras de cultivo en países que compiten con los europeos gracias a unos costes de producción mucho más bajos, debido a la utilización de esos productos prohibidos y a unas condiciones laborales pseudo esclavistas.
Por más inri, toca soportar el fuego amigo. La exministra francesa Ségolène Royal preguntaba esta semana en la televisión francesa a sus compañeros tertulianos si habían probado los tomates bio de España, que eran incomestibles. Francia tiene, de siempre, un máster en chauvinismo abonado por esa farsa histórica que es la Revolución Francesa. Es difícil encontrar la virtud en un evento cuyos líderes perdieron la cabeza de igual forma que los líderes que derrocaron, dando paso a un nuevo líder que vino a ser lo mismo que los derrocados en primera instancia y que terminó como ellos. Pero qué sabrá uno. Eso sí, dense una vuelta por el país galo y comprobarán que el mundo se inventó a partir de 1789. Resulta curioso, y no es por malpensar, que cuando todos los países de la Unión elevan sus quejas de manera conjunta ante unas políticas que torpedean lo comunitario frente a lo exterior, uno de sus miembros dispare contra otro. Claro, ¿cómo iba a hacerlo contra Marruecos? Sería muy interesante saber quiénes se benefician de esos fondos europeos para crear tierras de cultivo en el país africano. La pela es la pela.
La maldad se alimenta del pecado y de la ignorancia. El primero es la raíz del mal: en este caso, la avaricia e intereses políticos y particulares de los burócratas europeos que legislan de espaldas a la realidad. Pero no es menos cierto aquello que decía Julio Anguita cuando le preguntaban por la decadencia de la clase gobernante: "los políticos no vienen de Marte". Y este mal del campo se abre paso a través de la ignorancia e indiferencia del gran público. Hay una clara relación entre aquel amigo mío que se sorprendía al enterarse de que el dulce de membrillo del supermercado no se encontraba así en la naturaleza, sino que se obtenía de su fruto, una especie de limón aperado, y la connivencia de los políticos españoles con unas leyes comunitarias que destruyen la producción agraria.
Por eso hemos de agradecer al rural que se manifieste contra los gobiernos local y europeo. Su protesta es la nuestra y, sin preguntarnos, vela como un buen padre por nuestros derechos sin esperar a que nosotros los reclamemos. Pensamos en la ciudad que los alimentos están garantizados porque así debe ser: lo dice un papel, negro sobre blanco, y los estantes del supermercado están llenos. Sin embargo, la realidad es más complicada. No sólo se trata de nuestro bolsillo, sino de nuestra dignidad. Si toda la producción de alimentos se externaliza, ¿quién nos salvará de que los países que nos alimentan cierren el grifo a raíz de cualquier incidente geopolítico?
El rural español siempre convivió con el sufrimiento: la superstición meteorológica, el mirar de reojo a los cielos rezando por el maná que tanto se hace de rogar. Pero nunca hubo de soportar el sabotaje de los que ellos mismos alimentan. Deberíamos ser nosotros los que estuviéramos en la calle y no ellos porque, paradójicamente, como bien decía hace unos meses el ganadero lucense Roberto López en una tertulia, los que tienen animales y tierras para alimentarse son ellos. Somos nosotros los más afectados por el último desbarre legislativo de la Unión Europea. Se demuestra una vez más, y no son pocas en los últimos años, que Europa termina en los Pirineos.
