
Todos pendientes sobre qué pasará en las elecciones gallegas. Normal. Todos asustados y muertos de miedo por lo de siempre: la nación española, el Estado-nación, muere por consunción. Naturalmente que no es lo mismo que gane uno que otro. Pero no olvidemos lo fundamental: las aspiraciones (sic) de los nacionalistas gallegos, vascos y catalanes son todas ellas criminales. Sí, quienes quieren acabar con España son criminales de guante blanco. Por lo tanto, seamos realistas: o acabamos con todos esos que quieren matar España o ellos acabarán pronto con lo poco que queda de la idea de España como nación.
Hay, sin duda alguna, otra opción; es la más "respetada" por la mayoría de los partidos políticos falsamente "nacionales", la gente de las empresas del IBEX 35 y la mayoría de la casta política de implantación más o menos "nacional", a saber, entregarse de múltiples formas a los nacionalistas, separatistas y exterroristas. El terror de ETA, el terrorismo de viejas organizaciones criminales catalanas y gallegas, sin olvidar el terrorismo del 11-M, aún sin aclarar, y, por supuesto, el golpe de Estado de los separatistas catalanes de 2017, entre otros sucesos, han ayudado de modo considerable a bajar la cerviz de millones de españoles ante la montaña de basura nacionalista. Eso es exactamente lo que han hecho los socialistas, los comunistas y gran parte de la derecha española que sigue obstinada en hablar de naciones sin Estado y bilingüismo amable. Todavía oigo con repugnancia a políticos del PP hablar de legítimas aspiraciones vascas, catalanas y gallegas… Aquí la única aspiración legítima es que nadie discuta España, aunque admitamos dialogar y confrontar sobre España y sus regiones o autonomías.
Esa claudicación o entrega ilegítima al separatismo ha tenido, en los últimos treinta años, un éxito apoteótico y me temo que seguirá, durante un tiempo aún largo, marcando el camino de la represión económica, política y ahondando en la depresión moral de las personas más excelentes de la sociedad española. Por supuesto, en este ámbito seguiremos oyendo las jeremiadas de siempre sobre que peligra la unidad de España, que el Estado asimétrico español profundiza cada día más la brecha en derechos y libertades entre los españoles que viven en diferentes partes del territorio, que la libertad y la igualdad de todos ante la ley es sólo un eslogan para alimentar a una casta política impresentable, que si la Unión Europea no dejará jamás caer a la cosa nacional, y así, como si el tiempo no existiera, asistimos a la muerte, repito, por consunción del Estado-Nación, España…
Seamos honestos. Digamos la verdad: España como Nación política no existe nada más que en el magín de quienes creemos que la única solución para España es acabar con los nacionalistas, separatistas, exterroristas y el gobierno de Sánchez. Después de Galicia… La alternativa es clara: o la vertebración de una gran plataforma nacional española (pueden llamarle de otros modos, mientras mantengan la idea) o tragar con este rollo tribal de Autonomías y hedonismo barato… Quítenle todas la espinas que quieran a estas líneas. Pero no hay más opción que o España o la Ley de amnistía. Hablo, pues, de Nación en el sentido más trivial del término: un proyecto de vida en común. O sea, o acabamos con todas esas sabandijas que no quieren nada con nosotros o ellos acaban con lo poco que queda de la idea de España como nación.