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De mentiras y locuras

En el espectro zurdo, a nadie ya le importa la verdad.

En el espectro zurdo, a nadie ya le importa la verdad.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con los ministros de Hacienda, María Jesús Montero, y de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños (d) durante el debate de la Ley Orgánica de amnistía para la normalización institucional, política y social en Cataluña, durante al pleno del Congreso este jueves. EFE/ Zipi | EFE

Con permiso del encabronamiento general, me elevo discretamente sobre la infamia que nos asola para contemplar un asunto más amplio. ¿Qué ha pasado con la verdad? En las últimas horas, no solo ha mentido atronadoramente el Gobierno, sino también numerosos diputados socialistas, diferentes puestos intermedios y de comunicación del partido, la mayoría de los periodistas de los medios de comunicación de su cuerda, un número alarmante de tertulianos, y hasta propios votantes y militantes del PSOE, a los que he visto con estos ojos que se ha de comer la tierra repetir como loros las trolas oficiales, aún sabiendo que lo son, que en eso consiste mentir. En el espectro zurdo, a nadie ya le importa la verdad.

Por lo visto, esa cursilería con ínfulas intelectuales de la posverdad –"llegan los tiempos de la posverdad", repetían los dominicales prepandémicos— consistía en la mentira, concepto por lo demás más viejo incluso que Joe Biden. No sé qué pensarían los clásicos, los que nos legaron un cuerpo moral universal donde la verdad ocupa un lugar principal, si pudieran vivir nuestros días.

Para Sócrates la verdad está directamente vinculada al bien, la verdad platónica es la esencia de la idea, la verdad aristotélica, fin último del viaje de la ciencia, busca la adecuación de nuestro interior a lo que hay fuera, mientras que para San Agustín era la medida de todas las cosas. Lejos de la filosofía, pero mucho más práctico, Mark Twain nos trae un gran consejo de bricolaje para el Gobierno: "si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada". ¡Como si les importara contradecirse!

Al refranero le gusta repetir que la mentira tiene las piernas muy cortas, o bien que se coge antes a un mentiroso que a un cojo, pero lo cierto es que se trata de expresiones que podrían tener sentido en el viejo contexto popular, porque en el actual a los troleros profesionales del ámbito político no parece preocuparles lo más mínimo que les atrapen. Han perdido por completo la vergüenza del malhechor, desconocen el remordimiento, han silenciado toda conciencia, y anegado el más elemental sentido del ridículo.

Quizá esa es la gran novedad que ha traído el sanchismo a la política: la exhibición sin vergüenza, la glorificación del mentiroso si resulta útil para cierto interés, la institucionalización, no ya de la mentira, sino del propio acto de mentir, sin pestañear, sin recular nunca, sin rubor alguno.

Y luego hay mentiras y mentiras. Están las grandes trolas, en las que hay mucho en juego, y las bobadas innecesarias, de las que cualquiera con sentido común podría desdecirse, o al menos disimular. Una muestra: cuando los periodistas persiguieron a María Jesús Montero por el Congreso para pedirle explicaciones de por qué atribuyó a la prensa informaciones sensibles sobre el hermano de Ayuso que aún no se habían publicado, se limitó a negar, enfundarse en su rictus de buchipluma, y hacer "no, no, no" sacando muy lejos los morros.

La ministra indigna de la semana –la pasada, el título fue exclusividad de Bolaños— ni siquiera se esforzó en simular sorpresa o desconcierto. Negó, bramó, sonrió, y se largó con la absoluta certeza de que nadie le estaba creyendo, y con un gesto de impunidad ante la farsa que resulta, desde cualquier punto de vista, abominable en todos, pero más aún en un cargo público, si bien en el caso de la ministra es más preciso hablar de una carga pública.

Es posible que haya también una razón teológica en todo esto. Sabemos que lo que más odia el Gobierno, más que cualquier otra cosa, incluso más que a Isabel Díaz Ayuso, es la libertad. E incluso el más indocumentado del Consejo de Ministros será capaz de recordar la cita que San Juan pone en boca de Jesús: "la verdad os hará libres". La mentira, aprendimos de los marxistas, felices esclavos.

Sin ánimo de entrar en más consideraciones éticas, el Gobierno debería considerar que solo hay un gran problema con la mentira generalizada: que construye un mundo irreal, que no existe, onírico. Y ese mundo, por sus características, solo puede satisfacer a los lunáticos.

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