El fracaso estrepitoso de la maniobra de Sánchez para concitar una oleada de apoyo popular que, finalmente, se redujo a unos miles de jubilados transportados por el PSOE en autobús a la calle Ferraz, no parece que vaya a moderar la dimensión estrafalaria del sanchismo en su permanente huida hacia delante. De hecho, tras el batacazo de la operación de Sánchez para desviar el foco de atención sobre las corruptelas de su esposa, ahora toca sobreactuar. Óscar Puente, llamado por Sánchez al Gobierno fundamentalmente para denigrar a la oposición, ha sido el encargado de interpretar esta nueva pirueta del sanchismo, más acorralado que nunca por la sombra de la corrupción.
Al ministro de Transportes, en su permanente fervorín sanchista y con un grado de inconsciencia impropio de un ministro de un país europeo, no se le ocurrió mejor cosa que acusar al presidente argentino, Javier Milei, de estar bajo el efecto de las drogas en sus comparecencias públicas durante la pasada campaña presidencial. El ataque gratuito al presidente de un país como Argentina, con el que nos unen lazos tan estrechos, es un despropósito diplomático que sume en la vergüenza a todos los españoles, obligados a estar representados por políticos de tan baja estofa.
En otras circunstancias, las palabras de Puente habrían sido despachadas con una nota diplomática sin mayor recorrido, pero la gravedad de las injurias del ministro de Sánchez y la personalidad del presidente argentino, acostumbrado a lidiar en su país con esta clase de matones vocacionales, ha desembocado en una respuesta durísima que ha dejado sin palabras a los voceros habituales del sanchismo.
El ministerio de Exteriores se ha visto obligado a emitir una nota de respuesta reprochando a Milei que haga acusaciones sobre los casos de corrupción que afectan a Sánchez y su entorno más cercano, por otra parte, muy reales. Ni una palabra sobre los exabruptos de Puente, personaje atrabiliario donde los haya, al que le da igual perjudicar la imagen exterior de España si con ello beneficia personalmente a su jefe.
La izquierda reduce a caricaturas a los políticos que pretende aplastar. En la escena internacional, Trump y Javier Milei concitan este odio irrefrenable de los partidos izquierdistas y sus medios afines, cuyos perfiles más polémicos sacan a relucir a la menor oportunidad. Pero mientras Trump hace caso omiso de las andanadas que puedan surgir de España, Milei conoce muy bien a los izquierdistas españoles, fieles admiradores del kirchnerismo que él aplastó en las urnas, y no deja pasar ninguna oportunidad de responderles en los términos que merecen.
Es bien triste que se produzcan estos encontronazos diplomáticos con nuestros países hermanos de Hispanoamérica, pero más aún lo es tener a un Gobierno integrado por personajes estrafalarios como Óscar Puente, capaces de provocar conflictos diplomáticos como el causado con sus insultos a Javier Milei. El todavía ministro de Transportes de España acaba de aprender que su zafiedad y falta de escrúpulos no siempre le van a salir gratis, especialmente si se dedica a atacar a políticos como el presidente argentino, que no temen poner a los sanchistas como él en su sitio en cuanto tienen oportunidad.

