
Tengo por norma personal no creerme las encuestas cuyo pronóstico coincida con la orientación política del medio que las publica. O sea, que no me suelo creer casi ninguna. Y las que se andan publicando a cuenta de las elecciones catalanas tampoco me las creo. Aunque ahora por razones distintas a esa que en mí suele resultar habitual. Porque, si bien no he dejado de desconfiar de cuanto ocurre en la trastienda de su confección, en el caso de las que intentan predecir qué ocurrirá el domingo entiendo que interviene un elemento adicional que ayuda a distorsionar aún más su eficacia. Ese factor de perturbación es el que se deriva de la concurrencia de un partido autóctono de extrema derecha castiza, Aliança Catalana.
Puedo equivocarme, pero el olfato me dice que la candidatura de la alcaldesa de Ripoll va a romper el tablero tradicional de la política catalana. Y eso no aparece, al menos con la intensidad que debiera, en esas encuestas. Aunque no porque estén manipuladas, sino porque los problemas técnicos que provoca la irrupción de una fuerza carente de historial electoral previo torna imposible en la práctica afinar el análisis demoscópico. Un partido nuevo siempre encierra un misterio para los encuestadores. Siempre. Sin embargo, lo que no constituye ningún misterio para nadie es la procedencia mayoritaria de sus votantes: gente de lo de Puigdemont.
Antiguos convergentes de la clase media tradicional que residen en el vivero geográfico del nacionalismo conservador: las comarcas de la Cataluña profunda y de raíz carlista. Nada que ver con la clientela de Vox en las periferias urbanas de Barcelona. Y ahí viene el problema. Porque resulta sencillamente inverosímil que la eclosión de Aliança Catalana (algún sondeo le otorga 8 escaños) pueda coincidir con un despegue simultáneo de Junts per Catalunya que los proyecte a la segunda posición en la carrera. O lo uno o lo otro, pero ambas cosas a la vez no pueden ser. Porque, a diferencia de lo que ocurre en la física cuántica, en política no se puede estar en dos lugares al mismo tiempo. Puigdemont se demostrará un bluf.
