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EDITORIAL

No ha sido Puigdemont, ha sido Sánchez

Es imposible que algo así haya ocurrido sin el concurso de un Gobierno que no se ha limitado a mirar hacia otro lado, sino que se ha convertido en colaborador necesario de la fuga.

Si ayer hablábamos en estas mismas páginas de que lo que iba ocurrir en Cataluña no podía ser otra cosa que un esperpento, al final lo que ha pasado ha superado todas las expectativas: no era fácil imaginar la tocata y segunda fuga de Carles Puigdemont, pero a la hora que escribimos estas líneas el plan parece haberle salido a la perfección al de Junts.

Una vez más, el fugado se ríe de la Justicia española, socava el Estado de derecho y proyecta una imagen absolutamente lamentable de nuestro país, ya a la altura de cualquier república bananera, y que nos perdonen los honrados productores de plátanos.

Con una aparición de diez minutos y, sobre todo, con su nueva desaparición, Puigdemont ha monopolizado el día, le ha robado todo el protagonismo a un patético Illa –que en todo momento ha actuado como un invitado en su propia fiesta– y se ha colocado como el líder de una oposición que se adivina muy dura ante un pacto entre el PSC y ERC que el propio fugado y no pocos separatistas ven como una traición.

No obstante, es imposible llamarse a engaño: Puigdemont ha logrado sus objetivos pero ni al más inocente ciudadano se le escapa que esta fantochada no se podría haber llevado a cabo sin un acuerdo político que va mucho más allá del líder de Junts y de Cataluña. Como bien señala Carlos Cuesta en un video clarividente: es imposible que algo así haya ocurrido sin el concurso de un Gobierno que no se ha limitado a mirar hacia otro lado, sino que es obvio que se ha convertido en colaborador necesario de la fuga.

De nuevo Pedro Sánchez ha sacrificado la legalidad, la imagen de España y el Estado de derecho a sus propias necesidades políticas. Convencido no se sabe muy bien por qué de que la investidura de Illa puede salvar su propia legislatura, es evidente que todo el show que hemos visto en Barcelona contaba con el visto bueno de Madrid. De no ser así se habrían puesto las medidas para evitarlo: pocas cosas hay más fáciles que detener a un delincuente que ha anunciado que estará en un sitio determinado a una hora concreta.

Cataluña parece retornar a 2017, como bien destaca Pablo Planas en su excelente crónica, y aunque pueda parecer que la situación es menos grave que entonces hay un factor que la hace mucho más preocupante: el procés ya no se lleva a cabo solo allí, sino que se ha trasladado con éxito a Madrid, donde cuenta con la colaboración de un Gobierno dispuesto a todo para aferrarse a un poder en el que, pese a ello, cada día evidencia mayor debilidad.

Si Sánchez cree que las maniobras de Puigdemont no le van a dañar a él está muy equivocado, la lástima es que por el camino se está llevando por delante la Justicia y la democracia.

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