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El peligro del sin proyecto

También el resto de los españoles contribuirán, para que los catalanes sigan sintiéndose felices.

También el resto de los españoles contribuirán, para que los catalanes sigan sintiéndose felices.
Salvador Illa. | Europa Press

¡Mal empezamos! Sinceramente, creo que no hay mayor peligro ideológico (?) para la gobernabilidad, que la ideología sometida a pactos preestablecidos de ideología plural, para, desde ellos, definir un proyecto de acción común de gobierno.

Las primeras palabras del Molt Honorable –Muy Honorable– señor Illa, son representativas de lo que social y políticamente ha venido calificándose como buenismo político. A decir del presidente, lo que pretende es quedar bien con todos, que todos los catalanes se sientan felices con su gestión/intención, algo así como lafraternidad universal o, en Catalunya, la convivencia.

¿Cabía esperar un proyecto político, bien definido, y encaminado a una solución? Con la escuela sanchista que lleva en su currículo, resultaba poco menos que imposible; tanto como cuadrar un círculo.

Lo más importante, diría su mentor –Pedro Sánchez– es permanecer en el puesto, aún a sabiendas de que el pueblo te aborrece y, en los momentos más difíciles, ir tirando, sin pronunciarse o haciéndolo contradictoriamente a lo manifestado, alegando cambios de opinión; además, siguiendo a Maquiavelo, que todos te teman, ya que no conseguirás que todos te amen.

De momento, al modo de los gobiernos tripartitos, que bien conoce el señor Illa, pues formó parte de ellos, ha repartido cargos a imagen viva de aquellos, formando un gobierno –no importa que pueda, o no, gobernar– con dieciséis Consejerías (dos más que el anterior gobierno de Pere Aragonés), ocupadas por currículos políticos diferentes (PSC, ERC, Junts y hasta CiU), todos ellos, satisfechos, como no podía esperarse otra cosa, con sus emolumentos fijos y variables, además de prebendas… en conclusión, de momento, más gasto.

Todo sea para que, Catalunya o, al menos, los elegidos, se sientan mejor que como se sentían, aspiren a lo mismo que su presidente, a permanecer en el cargo, y quieran perdurar y mostrar pleitesía a quien les nombró. Aunque su opinión pese poco en las decisiones, piensen que, la de los demás colegas gubernamentales, está en la misma situación; tampoco tienen peso alguno, pero aceptaron las reglas del juego, por lo que, salvo que cambien de opinión, habrá que contemporizar, pensando que somos más felices.

Dentro de poco, como compensación, pensarán que lo que hoy consideran un privilegio, su nominación, no fue así, porque ésta se debió a su profesionalidad y competencia, muy por encima de la media de los mortales. Esta premisa permitirá que, los cambios de opinión, que probablemente se produzcan, se consideren justificados, pues, su dignidad y prestigio, no puede menospreciarse.

No acaba ahí el grado de satisfacción que el Muy Honorable habrá conseguido para los catalanes, según aquel objetivo, como presidente de Catalunya, de hacerles más felices a todos, sino que, transcurrido un tiempo, no excesivo –el necesario para recobrar la serenidad de ánimo, tras el lapso emotivo– empezarán a descubrir su parte negativa: la aportación, que cada catalán hará de su renta, para financiar a su nuevo gobierno.

Y no sólo los catalanes; también el resto de los españoles contribuirán, para que los catalanes sigan sintiéndose felices, pues, por mucha que sea la singularidad, nunca asegurará, una felicidad duradera.

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