Que en México se sabe de corrupción no es nada nuevo. Otra cosa es admitir, como insinúa mi admiradísimo Gabriel Zaid, que ronda los 90 años, que los mexicanos puedan ser los únicos catedráticos en mordidas. De hecho, no lo pueden ser porque como apunta él mismo, en ese país, como en otros, se habla y se abjura de la corrupción pero muy pocos se han dedicado nunca de manera sistemática a hacer un estudio científico de la corrupción, una ciencia de la mordida.
No conozco ninguna clasificación seria que establezca el orden de los países del mundo según la cantidad y la intensidad de la corrupción de hecho que soportan. En realidad es que no hay acuerdo en qué pueda ser considerada corrupción ni hay establecidos tipos, formas, modelos, prácticas, etc. Cuando no hay un estudio básico sólido y fundamentado, todo intento de resolver el problema, si es que lo es, es fútil.
Si uno hace caso, por ejemplo, al índice de "percepción" sobre corrupción que elabora Transparencia Internacional de la que habría que saber dirigentes, intereses y filiaciones políticas en España y fuera de ella, hay que precisar que se atiene a la percepción de la mordida en el sector público exclusivamente de 180 países (2023). Pero, ¿y en lo privado o privado-público?). Más dos tercios de los países analizados están muy penetrados por la corrupción y la lucha contra ella o está estancada o está en declive. O sea, vamos a peor.
Respecto a España, había 35 países con una gestión pública menos corrupta que la nuestra, no sólo del Norte de Europa sino iberoamericanos como Uruguay o Chile. No digamos nada de gobiernos "amigos" del nuestro, como Venezuela, que es el segundo más corrupto de la tierra sólo superado por Somalia y acompañado en el reino de la mordida por Guatemala, Nicaragua, Siria, Corea del Norte, Yemen, Sudán del Sur, Haití o Guinea.
Pero el problema es que nadie se atreve a hacer ciencia de la corrupción. Muchos se alivian diciendo que están hasta las termópilas de la corrupción, que se están sobrepasando todos los límites, que esto no hay quien lo aguante, pero nadie dedica a ello un esfuerzo sistemático de comprensión.
Mi vida periodística – hay otras vidas, afortunadamente -, fue ligada a la corrupción desde 1990, cuando intervine en el estallido del caso Guerra, el primero de una larga serie. Pero antes, cuando don Severo Ochoa me dijo solemnemente que si le pegaba un tiro él me lo agradecería comprendí que hay muchas corrupciones que pasan desapercibidas y que en común tienen el desprecio de la verdad, de la veracidad, de lo real como referente axiológico.
Muchos hicieron y exigieron lo que pudieron y más para que el científico desmintiera al mierda de plumilla, que era yo, que había anotado su expresión (¿cómo un Nobel español y de ADN republicano iba a decir algo así en una circunstancia felipista?), pero don Severo jamás lo hizo. Era bien sencillo de entender si se tiene corazón y se escucha. La muerte de su mujer, Carmen, restó sentido a su vida. Pero en nombre de principios y politiquerías como la Expo 92, era preferible ignorar, esto es, corromper la realidad de lo dicho, que era un hecho, una verdad.
Cuando se haga una ciencia de la mordida (material o espiritual) en serio, dexiología rigurosa (dexis en griego: mordida), anota Zaid en su libro indispensable El poder corrompe, comenzarán los presidentes de los gobiernos y muchos de sus satélites a ir a la cárcel si la merecen. Pero fíjense en España. Cuando un presidente socialista menor, Griñán, ha sido condenado por prácticas corruptas (decenas de fiscales y jueces de por medio) ha venido un gobierno socialista y le ha "amnistiado". ¿Conclusión?
La peor corrupción de todas es consentir que un gobierno se erija en tribunal o logre imponer a sus afines como miembros de relieve con capacidad de torcer el Derecho. Eso dirá una ciencia de la corrupción si se logra. Juan Guerra tenía un despachito en un espacio público, pero Begoña Gómez ha contado con toda la Moncloa para sus actividades investigadas por un juez entero que, como sus predecesores Marino Barbero, Ángel Márquez, Javier Gómez de Liaño y cientos más como Llarena o Marchena, esta siendo acosado y denigrado por hacer su trabajo.
Toda mi admiración para el gran pensador de Monterrey, porque su reflexión sobre la corrupción es fecunda y será histórica, pero una disensión. Tal vez no sea México la sede de la futura ciencia de la corrupción. España tiene méritos para hacer una fenomenología de la misma, una historia, una antropología, una sociología bien rica, un análisis económico que estime el porcentaje del PIB sometido a mordidas casi invisibles, desde fondos europeos a colocación de afines y muchos hilos más.
Con Sánchez desde las mascarillas a la inmigración, la energía, la ruptura de la solidaridad política y fiscal en España, todo eso y mil cosas más son elementos que esta futura ciencia analizará en detalle. Su modelo, querido amigo, es Venezuela. Lo peor de lo peor, peor que México.