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José García Domínguez

De momias egipcias y separatistas catalanes

Si no fuera por las banderas cubanas, uno podría concluir sin demasiado margen de error que se trataba de una excursión tumultuaria del Imserso a un balneario en Torremolinos.

Si no fuera por las banderas cubanas, uno podría concluir sin demasiado margen de error que se trataba de una excursión tumultuaria del Imserso a un balneario en Torremolinos.
Una asistente al acto de la Diada organizado por la Asamblea Nacional Catalana. | EFE

A Georges Brassens y a mí nos pasaba lo mismo: el día de la fiesta nacional nos quedábamos en la cama igual. Y yo hubiera vuelto a cumplir con la tradición este año, además viendo vídeos de Youtube, si no hubiese sido porque acabo de aterrizar en Barcelona y andaba la nevera vacía. Así que no me cupo más remedio que superar la pereza infinita y acercarme al súper del barrio, empresa que me obligó a atravesar un Paseo de San Juan infestado de independentistas que iban o volvían —no tengo claro ese asunto— de su romería tribal. En la tele no sé cómo lucirán, pero tenerlos al lado supone una experiencia impactante.

Y es que, si no fuera por las banderas cubanas, uno podría concluir sin demasiado margen de error que se trataba de una excursión tumultuaria del Imserso a un balneario en Torremolinos. Tremenda la estampa, muy crepuscular. Porque las revoluciones, todas las revoluciones, es sabido que las hacen los jóvenes. Menos en Cataluña, donde la rebelión, la insurgencia y la iconoclastia constituyen un negociado del que ahora ya se ocupan en exclusiva los jubilados de Muface y los pensionistas de la Seguridad Social, amén de los beneficiarios locales de las prestaciones contributivas del Régimen Especial Agrario.

He ahí el franquismo sociológico catalán, ese que no movió jamás un dedo para intentar tumbar la dictadura. Ni un dedo. Si hubiera sido por todos los patriotas de hojalata, los de las banderitas esteladas y las consignas borreguiles con los que me crucé la tarde del miércoles camino del súper, la célebre lucecita del Pardo todavía podría permanecer encendida a estas horas. Observarlos de cerca, insisto, impacta. Porque, amén de enseñarse acabadísimos y muy amojamados casi todos ellos y ellas, la proximidad física con esa tropa certifica a las claras algo que siempre se ha sospechado, a saber: que no se mezclan. Y me refiero a las parejas o matrimonios mixtos, algo muy común entre los catalanes normales, pero que no pasa en ese submundo sórdido. En fin, muy caro hacer la compra en Barna.

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