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José García Domínguez

El Papa quiere más cayucos

En el Vaticano no se cuela nadie, absolutamente nadie, sin expresa autorización de la autoridad nacional competente.

En el Vaticano no se cuela nadie, absolutamente nadie, sin expresa autorización de la autoridad nacional competente.
EFE

El Papa Francisco, un jefe de Estado extraordinariamente generoso con el uso y disfrute de recursos cuya titularidad corresponde a países terceros, acaba de manifestar su voluntad de acudir a las Islas Canarias. Pero no con el decente propósito de transmitir su apoyo a las autoridades de ese archipiélago, ahora desbordadas por una auténtica invasión de inmigrantes ilegales procedentes del continente africano, sino para avalar con su autoridad moral la legitimidad de la propia violación de nuestra frontera.

El Santo Padre, quien sin duda considera una incursión inadmisible e ilegal el asentamiento de personas de procedencia británica en las Islas Falkland, sin embargo, entiende que la violación flagrante de las lindes nacionales del Estado español por parte de oriundos de otras latitudes es un derecho humano inalienable. Un derecho humano, ese, que Francisco no se muestra muy dispuesto a reconocer dentro del territorio del país cuya soberanía se encarna en su propia persona. Y es que, contra lo que indicaría la intuición, el Estado europeo con mayor presencia militar y policial relativa para evitar la arribada de extranjeros no autorizados de modo expreso a su suelo no resulta ser Rusia, Ucrania o la Hungría del malvado Orbán, sino el Vaticano del muy piadoso Francisco.

Así, los 234 soldados y policías que impiden que ningún foráneo se cuele a través de su aduana para molestar a los 760 habitantes de pleno derecho con que cuenta oficialmente el Estado Pontificio hacen de esa fortaleza, la del Papa, el país más protegido del mundo frente a los extraños. No, en el Vaticano no se cuela nadie, absolutamente nadie, sin expresa autorización de la autoridad nacional competente. Y no se cuela nadie, entre otras razones, porque el país del Papa tiene a gala estar rodeado, y casi en su integridad, por un alto muro de piedra maciza que no hay mena o subsahariano que se salte. Qué bonito sería ver al Pontífice habilitando la Plaza de San Pedro para alojar a esos marroquíes que huyen de no se sabe qué guerra. Pero me temo que va a ser que no.

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