
Como seguramente no podría haber sido de otro modo, Carles Puigdemont, el Papa Luna de Gerona, siempre ha vivido del cuento. Una vocación, esa de facturar por la cara y poco más, que requiere como condición necesaria y suficiente el que alguna administración pública, ya sea de forma directa o indirecta, afloje el parné cada principio de mes. De ahí la vocación de servicio público que por norma va asociada a ese tipo de perfiles psicológicos y vitales. Porque en las empresas auténticamente privadas, si bien no resulta imposible del todo, lo cierto es que la cosa se antoja muy difícil.
Así, Puigdemont pasó de ganarse el sustento en pesebres periodísticos mantenidos con los impuestos del contribuyente a cobrar sucesivas nóminas institucionales. Primero como concejal, luego como alcalde y diputado, más tarde como presidente de la Generalitat y, hasta el año pasado, en su condición de eurodiputado. Pero, desde julio de 2024, el Ausente carece de ingresos regulares. Algo que, dado su muy ajetreado y costoso ritmo de vida, invita a preguntarse por cuál será su fuente de rentas. Instante procesal en el que irrumpe en escena la legítima, Marcela Topor. Porque resulta que, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, Marcela se está llevando todos los meses de la Diputación de Barcelona, o sea del PSC, o sea del PSOE, o sea de Pedro Sánchez, un pastón muy serio.
Tan serio que la rumana afortunada se apalanca un sueldo prácticamente igual al del presidente de la cuarta economía del euro, pero solo a cambio de trabajar una horita a la semana. En concreto, Topor amarra por un programilla televisivo de 60 minutos sabatinos la bonita cifra de 7.091 euros libres de polvo y paja. Apenas 410 euros menos que Sánchez. Contra lo que se pudiera creer, esas cosas no resultan ni secundarias ni tampoco baladís. Porque sobrevivir en la primera línea política, ese mundo de víboras, sin disponer de dinero fresco es muy difícil. El propio Sánchez, por experiencia, lo sabe mejor que nadie. Lo tienen, sí, bien cogido por la nómina.
