El fugado en el maletero de un coche para evitar dar con sus huesos en la cárcel, como corresponde a un héroe independentista, amenaza a Sánchez con echarlo del poder si Feijóo plantea una moción de censura. Los siete diputados del Vaquilla de Gerona serían suficientes para tumbar al Gobierno sumando sus votos a los del PP y Vox, aunque en este último caso no pueda darse nada por garantizado tratándose del partido de Abascal.
La oferta es tan suicida que en el PP deben estar estudiándola con detenimiento, porque es difícil encontrar en la política mundial un partido que se combata a sí mismo con la intensidad y frecuencia con que lo hacen los dirigentes populares a nivel nacional. En todo caso, Feijóo ya intentó hacerse con los votos del Vaquilla gerundense tras las elecciones del 23-J, para lo cual envió a González Pons a negociar. La cosa salió mal pero no por culpa del político valenciano, capaz de firmar cualquier acuerdo con cualquier partido en cualquier circunstancia, sino porque alguien en Madrid echó el freno para no hacer el ridículo del siglo y perder otro tercio de los votos futuros en beneficio de su rival conservador.
En consecuencia, no habrá moción de censura contra Sánchez, que es lo mejor que le podría pasar a España, porque el sanchismo tiene que pudrirse en su totalidad antes de perder el poder, única forma de que el PSOE actual se convierta en un residuo parlamentario como ha ocurrido con los partidos socialistas de Francia e Italia, cortados por el mismo patrón.
No hay que salvar a Sánchez planteando una moción de censura, ni siquiera si hubiera plenas garantías de que va a salir bien, porque eso reivindicaría su figura política entre las bases de la izquierda y, tarde o temprano, lo tendríamos de nuevo en La Moncloa. El fracaso político del sanchismo ha de ser absoluto y definitivo. Cualquier otra opción sería letal y España no puede pasar de nuevo por una prueba de estas características. Con siete años de Sánchez ya vamos bien.
Claro, la oferta de Puigdemont es solo otra forma de amenazar a Sánchez si no se da prisa en aplicar los acuerdos que le sacó en la investidura. Pero eso es algo entre ellos, no una cuestión que deba afectar a la política nacional, más allá de constatar que los presupuestos generales de 2024 le van a durar a Sánchez más que un traje de pana. Además, si Abalotti comienza a cantar arias, las ofertas de Puchimón y los presupuestos prorrogados serán dos minucias comparadas con el derrumbe brutal del sanchismo. Que es, exactamente, como tiene que acabar.