La ínclita Ana Pardo de Vera, que tuvo que rectificar en televisión sus acusaciones contra un ciudadano anónimo por un falso abuso sexual contra su hijo, ha reconocido en el programa 59 segundos de RTVE que "hace años" que se sabía lo de Íñigo Errejón y ni ella ni ninguna otra de las periodistas muy feministas y de mucho progreso dijo absolutamente nada.
Rafael Marcos, hasta entonces un ciudadano anónimo, había sido pareja de María Sevilla, presentada por el feminismo como una "madre protectora" que defendía a su hijo de los abusos sexuales de su padre y líder de Infancia Libre, una organización mafiosa dedicada a retirar la custodia a hombres mediante denuncias falsas a escala industrial. Sevilla aprovechó la lentitud de la justicia en archivar las mentiras contra su ex y retirarle la custodia para secuestrar a su hijo y llevarlo a un caserón en mitad de la nada con las ventanas tapiadas, sacarlo de la escuela y del calendario de vacunaciones. Pero era mujer, y por lo tanto víctima merecedora de un indulto de Irene Montero y Pedro Sánchez.
Iñigo Errejón, en cambio, era el niño bonito de la extrema izquierda que se vestía en Madrid con colores más amigables que el morado de Podemos. La muleta fiel del PSOE que le aseguraba unos votos cruciales en el Congreso a cambio de un módico precio. El feminista oficial que siempre denunciaba a Rubiales en la escalera, como es de ley, y nos decía que Juana Rivas había sido condenada "por querer una infancia libre de violencia" y no por secuestrar a sus hijos para privarlos de padre.
Pardo de Vera mintió en RTVE acusando a Rafael Marcos y se calló durante años las costumbres sexuales de Iñigo Errejón por la misma razón: porque es feminista. Y el feminismo oficial no tiene nada que ver con defender a las mujeres, con creer a las mujeres o con buscar la igualdad; ni siquiera alcanza ya el grado de ideología. No es nada más que un relato, repetido hasta la saciedad, en el que las mujeres son siempre víctimas y los hombres siempre culpables, en el que Sevilla es la buena y Marcos el malo. El Relato. El puto relato de mierda, cuyo único objetivo es separar la sociedad entre buenos y malos, entre quienes lo suscriben y los que no, sean hombres o mujeres.
Y como según el Relato María Sevilla tenía que ser la buena, pues lo era, pese a que estaba claro para cualquier con dos dedos frente que era una loca peligrosa que maltrataba, ella sí, a su hijo. Y como Iñigo Errejón suscribía religiosamente el Relato, como no puede ser de otra manera cuando lideras un partido de extrema izquierda, era el bueno, y por tanto sus faltas de leso feminismo no debían repetirse en voz alta.
Es el Relato que permite a un machista como Carlos Elordi escribir en el digital de extrema izquierda de Ignacio Escolar que MAR es el "cerebro pensante de Ayuso", porque Ayuso es una mujer enemiga del Relato y, por lo tanto, no tiene ni puede tener cerebro propio. El Relato que permite que en los ambientes más izquierdistas de España —la universidad, el periodismo, el mundo del espectáculo, el activismo— estén llenos de depredadores sexuales a quienes el feminismo les sirve de excusa y escudo. Errejón ha caído como cayó Carlos Vermut, Luis Rubiales o Peio Riaño: la izquierda ha considerado que merecía la pena acabar con ellos para seguir alimentando el Relato.
Errejón fue denunciado por patear a un anciano con cáncer y salió absuelto por la declaración de sus acompañantes, que lo protegieron, pese a que hubo otro testigo que lo corroboró. Y ya hubo el verano pasado una denuncia pública contra Errejón al que nadie de quienes se rasgan hoy las vestiduras hizo ni puñetero caso. ¿Alguien va a pedir cuentas de cómo su jefa de gabinete, cargo de Sumar y Hamás Madrid, lo protegió intentando silenciar a la denunciante? Mónica García y Yolanda Díaz se hacen las escandalizadas, pero Loreto Arenillas sigue en su carguito porque ni les importan lo más mínimo ni les han importado jamás las víctimas, solo el Relato.
Lo que dudo es que nadie saque las conclusiones evidentes que deja el #MeToo español, como antes lo hizo el norteamericano: aunque siempre hubo hombres que se aprovecharon de su superioridad jerárquica para acosar sexualmente, parece que los únicos ámbitos donde eso sigue existiendo como regla y no como excepción son aquellos donde todos son fervientes defensores del Relato. Se me ocurre, como idea loca, que quizá el feminismo oficial no es una buena guía para vivir una vida con relaciones sanas entre los sexos. Una locura, lo sé.