
Es el monologuista más divertido del momento. Y, sin duda, muerto Quique San Francisco, dejando al margen a mi compadre Javier Quero que juega otra liga, y quizá con permiso de Leo Harlem, no ha salido en España otro con tanto talento en las últimas décadas. Hace algunos días, en su show de los sábados "Lago. 25 años de stand-up" en el Teatro Alcázar de Madrid, hizo una broma sobre Koldo y Ábalos, y la subió a las redes provocando un descojono general y una inédita legión de ofendiditos de la izquierda más sectaria, que tiene el mismo sentido del humor que una chapa de amianto.
Aburre esta España de hoy, tan contaminada por lo político, en la que tanta gente, antes de reírse de un chiste, necesita examinar cuidadosamente el carnet de afiliación ideológica del humorista para ver si puede exhalar una carcajada o si debe emitir un tuit de condena con el ceño muy fruncido.
Descubrí a Miguel Lago en 2017, cuando actuó en la apertura de la ceremonia de entrega de la Butaca de Oro del Teatro Reina Victoria a dos gigantes, Concha Velasco y Arturo Fernández. Yo acompañaba al entonces ministro de Cultura y el teatro estaba repleto de autoridades y personalidades de las artes y la televisión. Lago desenvainó –el verbo no es casual- su tronchante monólogo "soy un hijoputa" y en los dos primeros minutos hubo sofocos, algún grito de pánico, y aislados amagos de indignación entre los más impresionables. Pero al tercer minuto hasta los más rígidos de la sala rodaban por el suelo de risa. No faltó el cronista, no recuerdo el medio, que firmó al día siguiente que Lago había estado muy divertido, pero que muchos asistentes se habían ofendido "por sus comentarios machistas". Un apunte técnico: los cojones. Allí no se ofendió nadie y no hubo comentarios machistas, sino un humorista sacando oro a su personaje revestido de traje y gomina. Pero es que hasta el cronista tenía miedo de admitir que se había reído de todo.
Lago entonces hacía bastantes bromas parodiando a una suerte de facha, rico, sin escrúpulos, al que le divierte hacer el mal, y me temo que los mismos que se partían de risa entonces son los que ahora lo apuñalan por hacer una broma que se sale de los estándares del humor progre, que consiste en reírse exclusivamente de los políticos de derechas, de la iglesia, y de cuatro o cinco clichés más que, si alguna vez tuvieron gracia, hoy apestan a naftalina. No es la primera vez, porque ya recuerdo cierta histeria contra él por una broma sobre Évole: "Si alguien conoce a Jordi Évole, que le diga de mi parte que una ducha al día no te hace menos periodista".
Me he criado, en los asuntos del humor, viendo a Tip y Coll, que anudó a todo un país alrededor de su humor, siendo uno de derechas y otro de izquierdas. Guardo como un tesoro varias antologías de La Codorniz, donde tipos de las más variadas procedencias ideológicas compartían espacio en una revista de un ingenio desbordante. Fracasé en el último instante, pero di mucho la turra para devolver a televisión un formato inspirado en aquel maravilloso Este país necesita un repaso que emitió Telecinco en los 90, una tertulia de humoristas multicolor donde compartían pantalla Ozores, Ussía, Mingote, Coll, Chummy, y más. Y mi satírico favorito, el añorado O'Rourke, republicano, no soportaba a Trump y anunció que votaría a Clinton de la forma más divertida: "Hillary Clinton es un desastre y está equivocada en todo, pero al menos está equivocada dentro de los parámetros normales".
Me siento ajeno a esta España avinagrada, en la que, ya sea para promocionar una novela en una radio, o para que un chiste se vuelva viral en las redes, te hacen pasar antes por el filtro de procedencia, husmean de quién eres como en los pueblos, revisan tus publicaciones y filiaciones, despreciando lo único importante de un trabajo artístico, que es el maldito trabajo artístico. Mañana Lago hará un chiste sobre cualquier político de derechas o sobre lo que le brote de la punta del ingenio, y a más de un imbécil aguafiestas le estallará la cabeza.
Por suerte, pese a todo, Miguel Lago, cuyo acierto más afinado es saber reírse de sí mismo, vive un momento dulce. Su espectáculo ha madurado y ampliado su público objetivo sin perder la esencia, sus apariciones en televisión son garantía de éxito, y entretanto ha tenido tiempo de publicar su primera novela. Ha alcanzado eso que tantos ansían, la libertad de poder desarrollar su personaje y que todo el mundo lo reconozca al instante, y por su manera de entender el humor, ha logrado esquivar los anclajes de sectita barata que siempre ofrece la profesión, y volar con independencia.
Aunque es gallego como yo, no tengo el gusto de conocer a Miguel, cuyo único defecto es una pasión desmedida por el Celta, pero eso también me permite escribir estas líneas en libertad, sin que se note que le pediré a cambio una mariscada en el Grove tan pronto como tenga ocasión; que a ver si va a estar toda España entregada a la corrupción y yo aquí haciendo el indio cherokee.
Lo dicho: saquen sus sucias manos manchadas de totalitarismo del humor de Miguel Lago. Y vayan a verlo al show. Consejo de amigo.