
Los versos descansan en las tablas y tinieblas de un teatro deshabitado. La poesía languidece, como siempre, y siempre vive. Y es cultura, y es moral, y es esperanza. La poesía, la buena poesía. Los poetas heroicos de hoy, pocos pero frondosos, son lámparas bajo un celemín. Tal vez ahí estén a salvo de la vulgaridad de la vida moderna. Dos faros españoles crujen la mediocridad en nuestros días, dos abren en canal la oscura noche en los mares, verso a verso señalan la derrota de los llamados a salvar Occidente de su pornógrafa existencia, Luis Alberto de Cuenca y Julio Martínez Mesanza. Benditos sean.
No necesita el poeta, déjalo al azar de su bohemia, soldados fuera del castillo, blandiendo espadas por su suerte. Son los soldados quienes necesitan al poeta para inspirar su victoria entre las gentes. Pero ya no se habla de poemas, si alguna vez se habló. Apenas queda un maestro, allá en el rural, un columnista en el pliegue de un extraño suplemento de cultura, o un lector rara avis que desborda divulgación de pura alegría. Y luego está Loquillo, El Clot, 1960. Rock and roll y actitud. La imagen icónica de todo lo que todavía está bien en España.
Sabe El Loco qué debemos y a quién se lo debemos. Sabe El Loco que la siembra de hoy es poso de eternidad mañana. Sabe el El Loco, lo lleva tatuado en la mirada, el código de Llull. Su ambición poética no es caridad cristiana del rock proscrito a la poesía erradicada. Su ambición poética es lealtad, servicio, y emoción. Cantó a Gil de Biedma no para resucitarlo, sino en ritual de gratitud, también de madurez, porque, qué cruda certeza, "que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde". Y a Octavio Paz, y a Salinas, y a Benedetti, de cuyas frugales transgresiones hizo heráldica bordada para un imperio minoritario de resistencia cultural.
Con el rock de Su nombre era el de todas las mujeres llevó el tesoro de los versos de Luis Alberto de Cuenca a oídos que jamás habrían alcanzado tal conquista. Qué disco para siempre. Qué feliz encuentro, dos viejos amigos, dos inspiraciones constantes. Y al fin, hace años que conocemos la caballeresca empresa, Loquillo alumbra ahora Europa, musicando el ponderoso poemario de Julio Martínez Mesanza. Todo ha sido consumado.
Nunca hay nada casual en las decisiones artísticas de Loquillo. Ni la edición exclusiva en un precioso vinilo blanco con magistral portada de mi paisano Fernando Pereira, y las ilustraciones interiores de Miguel Quesada. Ni los versos de Ceremonia que canta el artista al comenzar a girar el disco: "En las manos de Dios está la vida. / Prepara siempre el último combate / no importa que después sigas luchando". Ni la inspiradísima y eterna orquesta de Gabriel Sopeña. Ni la brillante, afanada, y turbadora producción de mi querido Josu García.
Es Europa un disco para el orgullo de una cultura española desteñida en huellas dactilares innobles, descafeínada por desmoralizada, y desposeída de alma por cautiva de los dineros ajenos. Europa es un capricho caro de Loquillo, otro ejercicio de exuberante independencia del rockero con la trayectoria más sólida, libre, y perdurable del rock español. Europa es, en fin, la manera en que el maestro de escuela, entristecido y desesperanzado ante las generaciones digitales enfermas de desatención, podría sembrar en algún corazón adolescente el nervio de adentrarse en la honda felicidad de la poesía española.
En De amictia me honro en la ya larga amistad de Loquillo; que, a fin de cuentas, ahora que lloverán durante unas semanas los laureles por Europa, ahora que otra vez parecerá que es para siempre la dicha, ahora que sabrás que has acertado una vez más en el golpe de timón, me permito robarle los versos a Mesanza para cantarte que "celebraré el primero tu alegría". Definitivamente, San Luis, "hay espadas que empuñan el entusiasmo / y jinetes de luz en la hora oscura".