Qué cantidad de chicas, todas guapas, y chicos, todos majos. Qué tarde tan buena se quedó el jueves en La Coruña para vestir a Leon Bloy de trapero y darle unas puñaladas al corazón de la rutina, destrozando lugares comunes, y azuzando el anhelo de libertad que todos llevamos dentro. A ver cómo te lo explico.
Allá por los 80, la voz americana de Carlos Segarra recitaba la oración en aquel disco de Los Rebeldes. Cervezas, chicas y rockabilly le recetaba el médico al líder del grupo en la canción, y hoy nuestras necesidades no son muy diferentes. Lo experimenté ayer una vez más. Me llamaron hace unas semanas para dar el 7N una charlita en La Coruña y mis uñas de esquivar marrones se afilaron al instante. Estaba ya buscando un funeral, una boda, una operación de próstata, no sé, una excusa rápida para rehuir la invitación, cuando de pronto el organizador me contó las peculiaridades de la cita: unas decenas de jóvenes sentados en el suelo alrededor del ponente, como colabora Estrella Damm, ninguno bebe leche durante la juerga, escuchan una charla sobre un tema sorpresa, tan solo 18 minutos, y filosofan sobre la vida, la muerte, las ideas, y el amor. Después cenamos, conversamos, bailamos; música y más cerveza. Entonces comprendí que aquello estaba hecho para mí, que me siento más cómodo cerca del estante de la licorería que en los cenáculos de la ilustrísima intelectualidad –inserte aquí su bostezo—.
Tal vez deberíamos agradecérselo al pangolín, porque se trata de algo que comenzó a hacerse en la pandemia, primero online, y más tarde presencial. Hoy se celebra en casi treinta ciudades españolas y se está expandiendo fuera de nuestras fronteras. Está dirigido a jóvenes que rondan la veintena o treintena y se convoca solo por redes sociales. Entre los ponentes hay periodistas, escritores, deportistas, actores, músicos y en general, hasta que llegué yo, tipos con cosas interesantes que decir, que invitan a la reflexión, esquivando tozudamente el aburrimiento. La clave de la cita no es la ponencia, sino los 45 minutos de coloquio, pensamiento, y brindis que vienen después. A esta extraña parada con reflexión y taconeo lo llaman los thikglaos. Y, salvo por la resaca que ahora tengo, me parece que es la receta que necesitábamos para nuestros males de juventud, como en la canción de Los Rebeldes, aunque el caso que nos ocupa el rockabilly sea más bien intelectual, del que hace bailar a la conciencia dormida.
En un entorno privilegiado, La Mansión 1783 de La Coruña, aguardaban un montón de jóvenes que lograron superar con creces las previsiones de convocatoria, que era la primera vez que se celebraba en la ciudad del mar. Con el contador descendiendo a mi espalda, diserté durante los 18 minutos sobre la libertad, animándoles a abandonar el pensamiento prefabricado de 140 caracteres, de lema en tacita de desayuno, de camiseta con mensaje, y de pie de foto de Instagram. Es cierto que le declaré la guerra al refranero español, hace años que defiendo que está repleto de sandeces, pero fue por una buena causa: insistir en la importancia de recuperar la libertad de pensamiento, de pensamiento propio, la necesidad de volver a acertar o equivocarnos según nuestro propio criterio.
Lo bueno del carácter distendido de la convocatoria es que te permite, como hice yo ayer, sacar a bailar a Wodehouse o Chesterton, meterle el dedo en el ojo al impostor de Paulo Coelho, naufragar en batallitas de los ayeres del periodismo, o recitar una canción de Rafa Pons –esa que empieza rompiendo el espacio y el tiempo: "tiene la piel fina y las tetas hechas / toma cocaína y vota ultraderecha / y sale de la ducha / queriendo ser feliz"—.
Tengo para mí que parte del éxito del coloquio, que en mi caso fue muy enriquecedor y divertido, está relacionado con los vermuts, vinos y cervezas que circulan durante la charla, lo que fomenta la participación libre y eufórica sin llegar al disturbio, que allí solo había gente de bien.
A veces, algunas veces, cuando la mediocridad y la desesperanza nos comen por los pies, cuando la tentación es el tedio o el claustro, alzarse ajenos en el castillo y dejar que la basura posmoderna golpee a su capricho los muros, te encuentras por sorpresa con algo o alguien que te devuelve la esperanza. Hay un temblor especial, una luz especial, una belleza especial en toda esta historia y solo deseo que siga creciendo, llegando a más ciudades, y que tengas ocasión de comprobar por ti mismo lo que ayer experimenté yo.
Larga vida a lo de siempre: cerveza, chicas y rockabilly.