Menú
Antonio Robles

Ni bobo ni genio, sólo un farsante

Confundir a un tramposo con un genio es ridículo. Pero despreciar su capacidad de hacer el mal le otorga ventajas que nunca deberíamos dar a un ser tan miserable como él.

Confundir a un tramposo con un genio es ridículo. Pero despreciar su capacidad de hacer el mal le otorga ventajas que nunca deberíamos dar a un ser tan miserable como él.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | EFE

De ciertos mandamases, el pueblo canta coplas. Ni Rodríguez Zapatero era bobo, puede que malo, ni Pedro Sánchez genio, sino farsante, ni Franco un mediocre, sino ladino y astuto, ni Adolf Hitler un tuercebotas, sino un psicópata con aires milenaristas. Ninguno de los cuatro llegó hasta donde llegó sin carecer de habilidad, astucia e inteligencia. Y pocos escrúpulos. De ahí, a que fueran genios o bobos…

Viene a cuento por la controversia sobre el artículo de la semana pasada, Arturo Pérez-Reverte y el genio enlodado contra la consideración de genio que le atribuyó el escritor a Pedro Sánchez en El Hormiguero. Es evidente que mis argumentos pudieron ser insuficientes, equívocos o simplemente erróneos. Por eso me esforzaré de nuevo en lo que sigo considerando un error o una frivolidad, por sus consecuencias, atribuirle a ese charlatán de feria, el apelativo de genio. Pero en esta ocasión no me dirijo al autor que nada tiene que ver con la controversia, sino a todos los que se sumaron en las RRSS al levantamiento del cadáver. Básicamente, el argumento crítico general ha interpretado que le niego la vitola de genio a Pedro Sánchez porque lo juzgo desde parámetros morales. De ello se deduciría que niego la posibilidad de la existencia de genios malignos. Creí haber dejado claro que no era la ética sino la cuenta de resultados lo que guiaba mi crítica.

Nada que objetar, por tanto, con la existencia de genios malignos. De hecho, la historia está llena de genios del mal, incluso de genios reconocidos por sus aportaciones a la ciencia, al arte o a la historia, y sin embargo personas indeseables. Ahí tienen a Isaac Newton, posiblemente el mayor genio de la ciencia de todos los tiempos, y sin embargo rencoroso, vengativo, puritano, dogmático (no soportaba las críticas), cruel, siempre obsesionado con el poder y el prestigio, corrupto, y muy maquiavélico. Es legendaria su obsesión por despojar a Leibniz de la invención de los números infinitesimales, atribuyéndoselos a su persona en exclusividad, o arruinar el prestigio de otros científicos (quiso borrar de la historia al biólogo polifacético Robert Hooke y al astrónomo John Flamsteed). Y desde luego utilizó su poder político, la presidencia de la Real Sociedad o la dirección de la Real Casa de la Moneda para acabar con sus rivales políticos y científicos. Sin embargo, nadie podrá nunca negar su impronta genial en la ciencia de la humanidad.

No, no les discuto su existencia, pero sigo enmendando la mayor. Lo dejé sentado desde el principio del primer artículo: "Me remito a la cuenta de resultados", no a la ética de su comportamiento. Creía haberlo dejado claro, pero es evidente que cada cual entiende lo que le interesa. Y en esa cuenta de resultados, considerar al susodicho como genio es, cuanto menos, una temeridad. Ni Tesla, ni Newton, ni Einstein, Mozart o Cervantes fueron considerados genios desde el primer día de su existencia, sino después de haber demostrado, con logros, sus objetivos. Y Sánchez, de momento, no ha demostrado ninguno. Si acaso, sus crecientes demoliciones del sistema democrático instaurado en el 78.

Añadiré una metáfora más a las tres ya utilizadas. Pedro Sánchez es como el cuento de la cigarra y la hormiga. Ésta, previsora; la primera, manirrota. De momento está malgastando las reservas democráticas del Estado Social y Democrático de España, hipotecando con deuda suicida el futuro de nuestros hijos, y vendiendo por parcelas la soberanía española, garantía de la igualdad y libertad de todos los españoles. ¿Para qué? Para seguir en el poder. A secas. Es como aquel padre de familia que se ha quedado aislado en plena tormenta de frío y nieve, sin luz, leña o calefacción, y para escapar de los rigores del frío, comienza a quemar las puertas, marcos de ventanas y todo aquello que le aporte energía y calor. El problema es que a medida que se vaya quedando sin ventanas y puertas, el gélido ambiente exterior se apoderará de la casa y toda la familia sufrirá las consecuencias.

Es exactamente lo que está haciendo Pedro Sánchez con nuestro Estado de derecho y los valores que lo sustentan. Está erosionando el sistema constitucional del 78 amparado en su falta de escrúpulos para lograr sumar a su exigua minoría los votos de formaciones incompatibles entre sí, y cuyo único fin es romper la igualdad de todos los españoles, sacar beneficios espurios, acabar con el actual marco constitucional y, si tienen la ocasión, derribar la casa común, o sea, dejar a España sin puertas ni ventanas a merced de la intemperie.

Sólo un ser estúpido puede pretender salir indemne de esa ecuación. No ha ganado ni una de las elecciones generales a las que se ha presentado, su número de escaños ha sido el peor resultado de toda la historia del PSOE desde la instauración de la democracia, y cada vez está más esclavizado al despotismo de sus socios. No hay que esperar a ver a qué tragedia nos llevará esta deriva; ahora mismo, ¡ya! podemos ver parte de sus estragos: la destrucción creciente de la separación de poderes, el uso fraudulento de nuestras instituciones, la concesión de indultos y amnistías a delincuentes políticos condenados por el TS, el cuestionamiento de la propiedad privada como pilar fundamental de la garantía jurídica del Estado… y sobre todo, el desapego irremediable de la ciudadanía a la política y a sus políticos. Esa cuenta de resultados ¿es un éxito? ¿es la clarividencia de un genio, o la calamidad de un suicida?

Confundir a un tramposo con un genio es ridículo. Una formulación matemática genial sostenida en mentiras, nunca pasaría a la historia porque el fraude quedaría al descubierto en cuanto se contrastara. También con el fraude de Pedro Sánchez —aunque en ciencias humanas, como la política o la historia—, hemos de esperar al desastre para comprobar sus estragos. Por eso debemos ser prudentes en juicios atolondrados con estafadores de libro.

Sólo habremos de esperar al final de su ambición para levantar acta de la debacle a que nos conduce su narcisismo. Como hubo de esperar el mundo libre a que "el genio" de Adolf Hitler culminara su ambición de poder para comprobar el apocalipsis que dejó atrás su fulgurante victoria nacionalista en Alemania: 50 millones de muertos, media Europa destruida, una nación corroída por el peor virus de la historia que aún nos sigue asolando, y la sensación de que la humanidad es una pasión inútil.

Pedro Sánchez sólo es un farsante. Domina con habilidad la debilidad de las masas para caer en las emociones como las moscas en la miel. Nada que desconozca cualquier publicista del tres al cuarto hoy día. Dos ejemplos entre miles: su cutre retiro espiritual para decidir si este país se merecía o no su continuidad como presidente de España. Un chantaje emocional de libro para adolescentes. Y esa cara compungida arrastrando el cuerpo con poses de galán de tranvía rodeado por sus escoltas en mitad del fango como si le hubieran herido para simular la huida de un cobarde. Ni siquiera le alcanzó el palo de la escoba. ¿Esto es un genio? No, pero, despreciar su capacidad de hacer mal le otorga ventajas que nunca deberíamos dar a un ser tan miserable como él. Por eso, jugar con su cadencia literaria le otorga una épica que la ciudadanía, que le sufre, no merece.

Temas

En España

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Libro
    • Curso
    • Escultura