
La ventaja de proclamar como razón única y última de la catástrofe de Valencia que "el cambio climático mata" es que devuelve un asunto que debería ser técnico al ámbito de las posturas ideológicas y morales. Como el clima no es algo que pueda controlar ni Su Sanchidad ni nadie, es la perfecta cabeza de turco. Se enuncia diferenciando entre los buenos creyentes en la fe climática y los malvados negacionistas y así tanto él como sus huestes pueden dormir tranquilos sabiendo que la culpa de todo lo que ha pasado en Valencia no es suya. La responsabilidad siempre ha de recaer en la derecha o, mejor, en la extrema derecha. La razón es variable, pero el axioma permanece.
Exactamente por el mismo motivo no han hecho más que atacar en redes sociales a la asociación juvenil Revuelta, ligada a Vox, por "nazis". Que haya sido la organización más eficaz en recoger aportaciones y voluntarios y llevarlos a los pueblos asolados por la riada no sólo no les lleva a matizar un retrato tan poco sutil y alejado de la realidad, sino que lo refuerza con paneles de kevlar. Porque las únicas razones que tienen para ser y declararse de izquierdas se derrumbarían si sucumben a la realidad de que quizá, sólo quizá, esa gente cuya mera existencia les sirve para verse, por oposición, como buenas personas, demostrara ser objetivamente moralmente mejor que ellos en algo. Porque si resulta que los de Vox han demostrado ser solidarios de verdad, no de boquilla, con sus compatriotas en un momento de necesidad, ellos ya no podrían ser los buenos en la película que se desarrolla en sus cabezas sólo por estar en contra de Vox. Necesitarían examinar sus actos, y éstos no son especialmente alentadores.
No está de más recordar que mientras la derecha se movilizó desde el primer minuto para ayudar a la gente, la izquierda tardó diez días en moverse y sólo lo hizo para pedir la dimisión de Mazón y sólo la de Mazón. ¿Por incompetencia? Por supuesto que no, porque eso les obligaría a exigir también la dimisión de Pedro Sánchez, Teresa Ribera, Margarita Robles y Grande-Marlaska, sin olvidarnos de la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, y el presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar, Miguel Polo, para empezar. Pero claro, todos ellos son de izquierdas y Mazón por lo que debe dimitir no es por lo que ha hecho o dejado de hacer, sino por el pecado original de ser de derechas.
Ver la realidad política y social con estas gafas sectarias para dividir entre buenos y malos no sólo baja el nivel del debate y aísla a los políticos de izquierdas de las consecuencias de sus actos, sino que tiene un impacto real en las acciones de los gobiernos. Los recursos son finitos. Si los empleas en conseguir que los progres se sientan bien consigo mismos, te dedicarás a dar primas a granjas de paneles solares y no a construir presas y canalizaciones que puedan paliar los efectos de las riadas, sean éstas consecuencia del aumento de las temperaturas o no. Y primarás dejar los cauces sin tocar e incluso pensar en volver a encauzar el Turia por donde ha inundado la ciudad de Valencia durante siglos antes que proteger a los valencianos. Porque para ti la naturaleza es sabia y hay que devolverla a un estado lo más parecido posible al que tenía antes de que apareciera la infecta mano del hombre.
Pero la naturaleza es una fuerza implacable que no mira si está ante un ser de luz o ante uno de esos tipos despreciables que se ganan la vida en el regadío. Y la principal responsabilidad de los más de doscientos muertos reside en los políticos que, desde Zapatero, decidieron no hacer las obras hidráulicas necesarias para que algo así no pasara. Y como afrontar esta verdad rompe con el relato de buenos y malos, de esto nunca hablarán.