
Cuando al lobezno, rondando los cinco meses de vida, le sale su dentadura definitiva, se convierte en lobato. El Canis lupus arrastra su adolescencia durante un par de años y, transcurrido este tiempo, alcanza la madurez sexual, se desprende nominalmente de todo sufijo y pasa a ser, en plenitud, un lobo adulto.
La evaluación continua demostrará si Juan Lobato, todavía secretario general del PSM, placer culpable de la periodística derecha Page, no está listo para el destete de la lupa ferraziensis o si, por el contrario, puede ya hincar sus colmillos en las gargantas de los corzos y de los muflones. No termino de calar al que, mientras escribo, es también portavoz socialista en la Asamblea de Madrid y reconozco que por ello, a diferencia de Cuca Gamarra, González Pons, Teresa Ribera y demás congéneres, me despierta interés.
Porque Lobato fue lobo este domingo, cuando le confirmó al jefe de Investigación de ABC, Javier Chicote, que Moncloa filtró la información confidencial del novio de Ayuso, que la Presidencia del Gobierno trató de implicarle y que, oliéndose la tostada envenenada, depositó esos mensajes en una notaría. Sin embargo, desencadenado el seísmo, un día después, Lobato mutó a lobezno y recurrió al estribillo habitual de "los bulos y la desinformación". Alegó que cuando le preguntó a la mano derecha de Óscar López, Pilar Sánchez Acera, de dónde procedía la mandanga, ésta le respondió que "de los medios". De hecho, en marzo comulgó sin rechistar y llegó a mostrar en la cámara regional el correo con los datos reservados de González Amador.
Mientras Lobato intentaba en vano salvar su tuberculoso liderazgo autonómico, un creciente orfeón socialista clamaba "iugula!" y Ferraz le conducía en volandas a su exclusivo cadalso. Por la tarde, el Supremo echaba más arroz a la paella y le citaba como testigo en el caso contra Alvarone. Técnico de Hacienda, de sobra conoce el Artículo 458 del Código Penal: "El testigo que faltare a la verdad en su testimonio en causa judicial será castigado con las penas de prisión de seis meses a dos años y multa de tres a seis meses". Perdiendo la honra por el negocio, perdió el negocio y la honra.
¿Pretende recuperarla? Este martes, Lobato ha vuelto a ser o, al menos, a parecer, un lobo. Un lobo velado. En una comparecencia fugaz y sin preguntas, mostró su preocupación "con la reacción/linchamiento que ha habido por parte de algunos dirigentes de mi partido": "Si el origen del documento hubiera sido distinto al que se me dijo, esto hubiera supuesto, además de que se me mintió, que es lo de menos, un intento de que fuera yo quien hiciera público ese documento, con origen posiblemente irregular, y con las consecuencias legales y políticas que eso hubiera tenido para mí y para el PSM. Al final es siempre la misma historia: se intenta, por parte de unos pocos, que parezca que el malo es, precisamente, quien decide no hacer las cosas mal". Tras descartar el papel de chivo expiatorio/tonto útil, se marcó una excusatio non petita, accusatio manifesta en toda regla: "El PSOE no es una secta ni es una agencia de colocación de amigos a los que proteger. El PSOE es un partido democrático". Esto iba, según dijo, para el PP. Ya, ya.
A esta hora, Lobato pasa de dimitir y se niega a ser devorado por Saturno, o sea, Sánchez. El secretario general del PSM ha rechazado inmolarse por el secretario general del PSOE y, automáticamente, se ha convertido en una pieza a abatir por Moncloa, Ferraz y sus mercenarios mediáticos. Se ha rebelado, en minúscula, contra un Leviatán implacable que, como dijera Narváez en su lecho de muerte, no tenía enemigos porque los había fusilado a todos. Escucharemos su aullido este viernes. Veremos si muerde o si acude con el rabo entre las piernas.