
Prefiero no hacer de cronista dictando la interminable lista de casos de corrupción que nos asola, verbigracia Pedro Sánchez, visto su notable esfuerzo huidizo dando pábulo a aquello de que el que calla otorga.
Bueno resulta detenerse en cambio en el análisis de qué hemos hecho para merecer esto y no tengo dudas al respecto, nuestra larvada indolencia como ciudadanos responsables de nuestro devenir colectivo, se erige en causa última de todos nuestros males.
Ha sido un hecho notorio, por tanto, exento de acreditación probatoria, que en pandemia el pseudo doctor dio buena muestra de su manera de conducirse a la hora de ejercer la presidencia del gobierno y, posteriormente, a pesar de los innumerables atentados al sistema de derechos fundamentales, llegó la dación de cuentas y los desinformados votantes arbitraron de forma inesperada su continuidad en el cargo.
Valga decir que en buena medida ese lamentable suceso electoral tuvo como causantes mediatos a las fuerzas políticas de la oposición empleadas en destruirse y no coaligarse; los resultados ahí están, una investidura sacada adelante en comandita con los odiadores de España.
Cuesta encontrar en la historia reciente tamaño ejemplo de tiro en el pie que nos desangra irremediablemente en el momento presente.
Reconozco cierta atracción fatal por la condición de agorero cimentada en lo que observo al estilo de un pseudo científico anclado en el desolador empirismo, que me lleva apresuradamente a concluir que no hay visos de mejora en el corto plazo.
Y no se trata de una deducción carente de rigor sino en una conclusión sumida en la parálisis de quiénes podrían impedirlo.
Nuestras instituciones nos salvaron en aquel aciago final del año 2017 del colapso democrático urdido en Cataluña, básicamente la Corona y el poder judicial, pero en la actualidad denoto cierto desmoronamiento estatal ante la salvaje "colonización" –término inadecuado que alimenta la leyenda negra– que ha operado el entramado corrupto desde Moncloa.
Valga decir que más allá del vil metal que siempre es seña de identidad en la eufemísticamente llamada "corrupción económica", lo cierto es que la degradación moral es mucho más alarmante que aquella.
En efecto, la condición de hombre sin principios éticos se da en plenitud en Pedro Sánchez.
Ha maniobrado y seguirá haciéndolo indefectiblemente para perpetuarse en el poder. Lo dice sin pudor y le aplauden sin rubor.
Arribó a la secretaría general del PSOE con malas artes, iniciáticamente, como preludio de la mentira hecha carne, pactó con el Lenin 2.0 tragándose su compromiso inquebrantable de no hacerlo, porque de lo contrario no podría conciliar el sueño, cercenó el derecho a la igualdad ante la ley aprobando una inmoral amnistía para los secuestradores de la democracia constitucional, facilitó la salida de prisión de los asesinos etarras de tapadillo, se entregó a la dictadura alauita abandonando a su suerte al pueblo saharaui, se humilló ante la satrapía bolivariana hasta la náusea, promovió y promulgó un trato preferente para los agresores sexuales porque el "solo sí es sí", "hermana yo sí te creo", es un profundo camelo.
No hay quién dé más en el lastre de la corrupción diabólica que Pedro Sánchez.
El drama es que no se atisba el final de esta letanía lindante con lo criminal.
Lo estamos viendo también con la ausente gestión del Ejecutivo central en la riada de Valencia, en la que la inacción de quien teniendo todos los recursos le endosa la papeleta a quien no los tiene es sencillamente ruin.
Y tal vez la más inicua de todas esas conductas sea finalmente la persecución institucional contra Isabel Díaz Ayuso, Fiscal General del Estado mediante y demás Lobatos de companía, propia de regímenes comunistas genocidas que parecían impensables repetir.
¡Verás cosas que te helarán la sangre!
Gritará Lorca en sus Bodas de Sangre:
Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¡Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros no hay quien las arranque!
Y los españoles mudos ante todos estos desmanes sanguinolentos.