Pese a que les mentimos tanto a los niños con eso de que tienen que estudiar mucho y esforzarse para llegar a ser algo en la vida el día de mañana, todos sabemos en nuestro fuero interno que el gran secreto para triunfar en España remite a la práctica diaria de la habilidad social consistente en hacerse el encontradizo con los jefes por los pasillos de la empresa o frente a la máquina del vending a la hora del café. De ahí que si yo dirigiese un periódico, empleo que ningún editor ha tenido nunca la lucidez de ofrecerme, encargaría a algún periodista el cometido exclusivo de seguir durante todo el fin de semana a Santos Cerdán. Y solo con el mandato de tomar nota de los nombres de cuantos congresistas se le acerquen con intención de darle una palmadita en la espalda, pero en especial de los que cambien raudos de dirección en cuanto atisben su estampa en el horizonte.
Y es que merced a esa muy sencilla contabilidad, la del saldo deudor o acreedor entres los abrazos y los no abrazos a Cerdán en Sevilla, estoy seguro de que se puede adivinar la dimensión real de hasta dónde ha llegado el lodo de la dana koldo-aldamera en las actuales cúpulas dirigentes tanto del PSOE como del Gobierno. Igual que Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia parroquial de Wittemberg para anunciar al mundo que todo iba a cambiar, Sánchez acaba de colgar la cabeza ensangrentada de Lobato bajo el puente de Triana para que a los compañeros y las compañeras les quede muy clarito que todo va a seguir igual que solía. No obstante, el crimen de la M-30 no logrará conseguir que el PSOE deje de ser una monarquía visigoda, donde el soberano ocasional puede hacer cualquier cosa salvo dar la espalda durante un solo segundo a sus siempre inquietos y vigilantes cortesanos. El abrazómetro de Cerdán y sus exhaustivas anotaciones contables en el libro del debe y el haber, he ahí la genuina clave oculta del psicodrama de Sevilla.