
Sabido es que, en una democracia liberal, la única que hay, lo normal es que los adversarios, en cualquier orden de la vida pública, acepten unas reglas de juego o Constitución y unas instituciones moderadoras que permiten a todos los actores la defensa de sus intereses sin tener que matarse los unos a los otros. Sí, todo es más lento, pero se favorece el derecho a la continuidad compatible con reformas no impuestas, sino aceptadas. Después de lo ocurrido en la Guerra Civil, esto debería estar más que claro en España durante muchas generaciones, pero no.
Entre todos los adversarios posibles, hay tres que sin creer en esta solución, la mejor de las posibles a pesar de sus defectos, utilizan sus mecanismos políticos y legales sin compromiso alguno de respeto hacia sus reglas de juego y con el propósito explícito de sustituirla por dictaduras de un signo u otro. Me refiero al social-comunismo de raíz marxista, al nacionalismo xenófobo y expansionista y los totalitarismos vinculados a los viejos nazismos y fascismos o sucedáneos.
¿Es una anomalía íntima de la democracia amparar en su seno a formaciones políticas que conspiran sistemáticamente contra su esencia, su funcionamiento y sus instituciones? Pues probablemente sí, pero atrapada en su contradicción fundacional de libertad para todos, sus defensores no se atreven a exigir la reciprocidad de conducta a los que la utilizan como medio para destruirla.
Por tanto, la anomalía antidemocrática es la normalidad, en este caso, para una izquierda que usa todos los medios a su alcance para reventar la democracia liberal que la acoge. Viene esto a cuento de la broma para la historia que el dirigente designado por Pedro Sánchez para manejar a UGT, Pepe Álvarez, nos ha gastado cuando ha dicho que es una anomalía trasladarse a Waterloo para entrevistarse con el golpista prófugo Puigdemont con el fin de que apoye al gobierno en su afán de reducir la jornada laboral.
Este tipo no sabe que lo que ha hecho no es una anomalía, que es desvío de la normalidad, sino lo normal en un partido como el suyo. Y digo partido porque la UGT ha sido un sindicato fundado por un partido porque fue sacado de las entrañas del PSOE. Recuérdese que el PSOE nació en 1879 y la UGT, como correa de transmisión, mucho después, en 1888, manteniendo ambos los mismos dirigentes durante décadas.
¿Una anomalía encontrarse con un prófugo de la Justicia en Waterloo para servir a los intereses de su partido? No, hombre, no. Es lo natural, es lo genético, es lo esperado de una organización que jamás ha creído en la democracia. Cuando Pablo Iglesias Posse fue elegido diputado a Cortes, siendo simultáneamente dirigente de UGT, una de sus primeras actuaciones consistió en amenazar con un atentado personal a Antonio Maura, ex presidente del gobierno, lo que se puede comprobar fácilmente acudiendo al Diario de Sesiones del 7 de julio de 1910.
Tampoco fue una anomalía que PSOE y UGT aceptaran, bajo la batuta de Francisco Largo Caballero, la colaboración con la dictadura de Primo de Rivera mientras el otro gran sindicato de trabajadores, la CNT, era perseguido y encarcelado. Todo medio vale cuando se trata de la causa socialista. Si esa colaboración beneficiaba a UGT, pues adelante con los faroles.
¿Cómo iba a ser una anomalía que la UGT, dirigida por el mismo personaje, urdiera en 1934 una revolución armada, un golpe de Estado sangriento, contra la II República por el mero hecho de haber ganado las elecciones partidos que no eran de la izquierda? Eso es lo normal en una democracia que se precie, la alternancia, pero la anomalía del comportamiento social-ugetista lo consideró digno de una sublevación golpista, a la que por cierto, se sumó el separatismo catalán de Esquerra.
No, no, ninguna anomalía. Y por abreviar, tampoco ha sido una anomalía que los dirigentes de la UGT en varias Comunidades, sobre todo en Andalucía, hayan sido condenados por apropiarse de dinero y subvenciones públicas. Recientemente, se condenó a los cinco mandamases andaluces de UGT a varios años de cárcel y a la multa de 225 millones de euros, siendo condenada la organización a pagar más de 40 millones de euros a las arcas autonómicas si los principales culpables no lo hacen. Es lo normal para el social comunismo: es lícito robar dinero público si eso beneficia a la organización. Fíjense en cómo están de concurridos los juzgados en estos días.
La única anomalía que recuerdo en la trayectoria de UGT fue la protagonizada por un digno Nicolás Redondo cuando decidió no aceptar la reforma de las pensiones diseñada por el PSOE de Felipe González por considerarla dañina para los trabajadores. Aunque sabía que le iba a costar el cargo, votó a favor de la retirada de le Ley propuesta. Y lo echaron.
Pero, señor mío Pepe, que usted se arrastre hasta Waterloo para ver a un golpista prófugo al que necesita su jefe, Pedro Sánchez, para seguir en el poder y acabar su legislatura, puede ser una animalada democrática, pero no es una anomalía. A ver si precisamos los conceptos. Y a ver si un día nos ponemos de acuerdo para que la democracia sea para los demócratas.