
He sido, antes que otra cosa, apasionado lector de prensa. De niño pensaba que los periódicos y revistas o eran centenarios o morirían pronto. Quizá porque a finales de siglo era habitual el baile de cabeceras en publicaciones menores. Junto a La Voz de Galicia, en casa en los 90 leíamos Suplemento Semanal que hoy es XL Semanal, a menudo el ABC con su Blanco y Negro, El Mundo cuando sonaba la flauta de una exclusiva, y mi favorito entonces, El Semanal TV, donde me detenía sobre todo en las columnas de Andrés Aberasturi y José Javier Esparza. Lo escribo y me siento como si me crecieran hombreras, como el tipo tímido que confiesa en 2025 que su grupo favorito sigue siendo Objetivo Birmania.
Cuando empecé a comprar mis propios periódicos, me hacía siempre con la revista Época y a menudo también con La Razón, en aquellos primeros días de mucho talento y buen humor con Luis María Ansón al frente. En el enjambre cibernético, cuando todos teníamos correos electrónicos de Yahoo y hasta buscábamos tonterías en una cosa que se llamó Ozú, lo primero que leí con asiduidad fue Libertad Digital, que ahora cumple 25 años. Quiso la casualidad que naciera el mismo año en que fundé mi propia revista musical, Popes80.com, que también celebra aniversario este 2025, y que me permitió ser testigo privilegiado del desarrollo del negocio digital de los medios desde primera hora. La mejor manera de hacerlo bien era fijarse en lo que hacían los mismos que admirabas, por lo que Libertad Digital fue un referente de las infinitas posibilidades de la nueva comunicación online en España, como The Weekly Standard lo fue en Estados Unidos.
Ahora puede parecer exagerado, pero muy pocos recuerdan que, en aquellos primeros días, este diario tenía la agilidad informativa que todavía no habían logrado alcanzar las grandes cabeceras. Era más fácil encontrar información fiable de última hora aquí que en El Mundo o en ABC, porque los grandes periódicos se movieron con bastante torpeza en los primeros tiempos de la digitalización; se metieron en el ajo a desgana, con la seguridad de que eso arruinaría su negocio de papel, y negaron esa muerte institucional y estratégicamente hasta que la ola digital los había cubierto por completo, tal y como hizo poco después Zapatero con la crisis.
Libertad Digital voló libre por la red desde el primer día, distinguiéndose en origen por ser uno de los primeros medios en contar lo importante, gracias también a un gran equipo de periodistas jóvenes y entusiastas, entre los que ya se encontraban algunos más que conocidos hoy en esta casa como Rosana Laviada, Dieter Brandau o Javier Somalo. Aquellos eran tiempos de equilibrio de formatos: para el pensamiento reposado, disfrutábamos del papel de La Ilustración Liberal, para la información y el análisis a vuelapluma, la web.
Los medios progresistas desconfiaron del campo sin puertas de Internet desde el inicio y la actual histeria por la cancelación del discrepante demuestra que aún no se les ha pasado el berrinche: "tanta libertad no puede ser buena", pensaron unos, "¿y para esto quién da las concesiones?", se preguntaron otros, muy despistados, con el maletín de untar políticos en la mano allá por el 2000. Así, durante años se produjo la graciosa circunstancia de que la mayoría de los digitales eran de derechas, quizá como contrapeso al gran imperio zurdo reinante en los medios convencionales, donde casi nada podía hacerse sin la bendición de Jesús del Gran Poder, en apodo que ya no recuerdo si pertenece a Federico o a José María García.
En aquellos días iniciáticos yo había comenzado a escribir mi primera colaboración semanal de actualidad en El Confidencial Digital de Pepe Apezarena, y miraba de reojo las firmas de Libertad Digital, donde me gustaba leer entre otros a Amando de Miguel, Carlos Semprún, Agapito Maestre, Carlos Alberto Montaner, y por supuesto, Federico, a quien escuchábamos cada mañana, como en su día escuchamos a Antonio Herrero y, entre uno y otro, a Luis Herrero.
Muchos de los que leíamos en estas páginas ya no están, pienso en mis queridos Amando y Montaner, o se han ido como otros han venido, pero el balance de un cuarto de siglo produce un vértigo cercano a la felicidad, al recordar aquella primera web del 2000, todo entonces era precario como un quirófano cubano, y contemplar ahora el inmenso camino recorrido, ya no como diario, sino también como radio y televisión.
En el cambio de siglo, y de manera muy especial tras los atentados del 11-M, Libertad Digital se convirtió en el paradigma de un fenómeno mediático. Lo habitual de estos procesos es recorrer la trayectoria de un fuego de artificio y protagonizar después un descenso cercano al ostracismo. Sea por el trabajo bien hecho, sea por las terribles zozobras que padece España, se da la circunstancia más sorprendente: que 25 años después, las voces libres y críticas del Grupo Libertad Digital son más necesarias que nunca, y si no es para cambiar la nación, que no es cosa sencilla como ya hemos visto, al menos sí lo es para reconfortar y fortalecer a los combatientes que la defienden con orgullo desde primera fila, y para entretener a todos los demás.