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La izquierda y Venezuela

Esa izquierda envilecida y miope estará a tiempo de contemplar a los más pobres de Venezuela derrocando al régimen que hoy los oprime.

Esa izquierda envilecida y miope estará a tiempo de contemplar a los más pobres de Venezuela derrocando al régimen que hoy los oprime.
Nicolás Maduro. | LD/Agencias

La principal plasmación visual de la decadencia ideológica de la izquierda realmente existente (por desgracia, todavía no hay otra) ha sido, sin duda, orillar la vieja bandera roja para, poco a poco, irla sustituyendo por un vistoso trozo de tela coloreado con los tonos del arco iris, el estandarte identitario de las minorías LGTBIQ+ETC. Aunque eso no pasa de ser ridículo, únicamente ridículo. Y lo ridículo puede resultar susceptible de vergüenza ajena, pero no de condena moral. Sin embargo, considerar que esa bazofia cuartelera alumbrada por un militar analfabeto, el llamado chavismo, forma parte de la tradición de la izquierda, creencia que comparten tanto Sumar y Podemos como el PSOE, entra ya dentro de otra categoría distinta: la de la abyección ética, cuando no la de la abierta estupidez.

Esa izquierda envilecida y miope, la nuestra por más señas, estará a tiempo de contemplar, y mucho más pronto que tarde, a los más pobres entre los más pobres de la Venezuela suburbial y chabolista, la famélica legión de los desposeídos, derrocando al régimen que hoy los oprime, el de esos toscos compadres suyos que se dicen bolivarianos. Porque serán ellos, no otros, los que tumben, por fin, esa siniestra payasada en forma de dictadura populista, la misma cuyo único éxito conocido durante los últimos veinte años ha sido desprestigiar hasta el infinito el nombre del socialismo a lo largo y ancho de todo el subcontinente americano.

Con el grueso de las clases medias políticamente conscientes residiendo ahora mismo en España o en Estados Unidos, ellos, los indigentes y desesperados que se amontonan en las villas miseria que rodean Caracas, encarnan el peligro existencial que más teme el régimen. Apaciguar su ira siempre latente con una ración a partes iguales de charlatanería pseudo revolucionaria y repartos de bolsas de alimentos para tratar frenar la generalización del hambre física, las dos recetas gracias a las que Maduro se mantiene todavía en el poder, depende del precio del petróleo. Y la guerra de Ucrania, la causa de su subida, está a punto de acabarse. Caerán, claro que sí. Y pronto.

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