
España, gracias a Dios, ya no es aquella reserva espiritual de Occidente que los boomers tuvimos que sufrir viendo películas de romanos en la tele de Franco durante las soporíferas e interminables semanas santas de nuestra infancia. Pero España, no obstante, sigue siendo un país raro dentro de Europa. Dicen que los rusos, que también han ejercido históricamente de europeos pero solo a medias, se parecen a nosotros. Quizá resulte cierto. Yo no creo, por ejemplo, que exista en nuestro entorno continental, acaso con la excepción de Rusia, otro país más anticapitalista que España.
Algo, nuestro casi genético rechazo del capitalismo, que se manifiesta en la relación pecaminosa que los españoles todavía a estas alturas seguimos manteniendo con el dinero. Tal vez la huella más profunda que ha dejado el viejo catolicismo tradicional en esta España de apariencia posmoderna y laica sea esa, la de la incomodidad moral colectiva ante el dinero. En España tú puedes saber con quién se acuesta todo el mundo, al punto de que los cuernos de alcurnia se publicitan en el telediario, pero el país sigue lleno de millonarios que se disfrazan de empleadillos de oficina todas las mañanas para ocultar pudorosamente que tienen dinero. Mas no piense el lector que hoy me he levantado filosófico y estupendo. Porque en realidad quiero hablarle del problema de la vivienda. Asunto que, aunque no lo parezca, tiene mucho que ver con esa patología psíquica nacional.
Los españoles sentimos en nuestro interior atávico y anticapitalista que las inversiones financieras remiten a algo turbio, oscuro y siempre peligroso de lo que conviene apartarse. De ahí que nadie aquí coloque su dinero en la Bolsa (no llegan ahora mismo ni al 12% de la población). Los españoles huyen de las acciones cotizadas como los antivacunas de la Pfizer. Pero poseen dinero. Bastante, además. ¿Y qué hacen con él? ¡Compran pisos! Por eso, España ha acabado siendo un país de pequeños rentistas inmobiliarios. Desengáñate, el gran especulador del suelo no es un fondo buitre yanqui, tipo BlackRock. Es tu suegro, que vota al PSOE, o tu cuñado del pueblo, que es del PP.