
"Perded toda esperanza" es, según informa Dante en la Divina Comedia, el enunciado del cartel que todos los viajeros en la barca de Caronte avistan al llegar a su destino final, las puertas del Infierno. Y no estaría de más que algún alma piadosa colocase estos días una copia de ese mensaje tan lúcidamente lacónico ante la sede pepera de Génova. Porque Puigdemont va de farol. En realidad, nunca ha ido de otra cosa. ¿Quién se puede tomar en serio a un tipo que proclama al solemne modo la independencia de Cataluña para desdecirse de ella a los siete segundos exactos de la enfática payasada?
Por si a alguien le restase todavía alguna duda, el Payés Errante dejó bien claro el carácter definitivamente ful del personaje que representa en octubre del año 17. Puigdemont nunca ha sido algo más que un aventurero cantamañanas en busca de emociones fuertes. Y con esa clase de cantamañanas a tiempo completo no se va a ninguna parte. Feijóo anda a punto de hacer otra vez el ridículo, ahora acompañado de Abascal, quien posee gente a su lado que conoce de verdad a los separatistas catalanes y a la que debería escuchar más. Porque nada distinto al ridículo es lo que van a hacer Abascal y Feijóo si insisten en alimentar esa fantasía quimérica, la de querer abrazarse a los golpistas del 1 de Octubre con tal de que prosperase una imposible moción de censura contra el Gobierno.
Puigdemont tensará la cuerda escénica y teatral al máximo, siempre lo hace, pero bajo ningún concepto dejará que se rompa. Y no dejará que se rompa por dos poderosas razones, a saber: porque no quiere y porque, aunque quisiera, tampoco podría. ¿Cómo pueden ignorar Abascal y Feijóo, dos profesionales veteranos en el oficio, que la supervivencia política de Puigdemont va ligada a la de Sánchez? Sin Sánchez en la Moncloa, Puigdemont pasaría a ser otro insignificante y olvidado Quim Torra. Pero es que tampoco podría. ¿O alguien imagina que su partido le permitiría semejante cosa? ¿Cómo pueden estar tan ciegos los otros dos para no verlo?