
Que alguien que le quiera bien le diga eso de "ya fue, Pedro" con acento sureño. Que alguien lo pare. Que alguien le quite el micrófono. Sánchez ha ido al WEF a ofrecerse sin rubor para liderar una revolución contra algo que llama "tecnocasta", con intención de frenar una "internacional de ultraderecha" que encabezan, creo, Trump, Milei, Musk y todo el mundo en general menos él. Sánchez Castejón, madrileño de Tetuán, tuitero ocioso durante una década, y descuidero de la política después, pretende batirse en duelo, de tú a tú, con la humildad que le caracteriza, con Elon Musk, el empresario más exitoso del planeta y un tipo que, aunque no sea lo más importante, exhibe un coeficiente intelectual de 155, es decir, superior al 99,99% de la población. De Sánchez no sabemos su CI pero estimaciones antropológicas lo equiparan al de una estrella de mar joven, animal con un rico sistema nervioso que se caracteriza, vaya por Dios, por carecer de cerebro. Veamos.
Elon Musk tiene 53 años, pone pepinos voladores en el espacio como si no hubiera mañana, y está pensando en largarse a Marte de vacaciones. Hace coches que conducen solos, creó PayPal y dio la primera estocada a los gorrones –la segunda la dio Bizum—, tiene una empresa para montar interfaces entre el cerebro y las computadoras y, como se aburría, compró X para hacer rabiar a la inquisición progre.
Mark Zuckerberg tiene 40 años, creó desde su dormitorio universitario un imperio, Facebook, que vale hoy 1,37 billones de euros, y está desarrollando el metaverso, un universo virtual donde todo es posible. Además es el dueño de Instagram, lleno de chicas guapas, y WhatsApp, la mensajería a través de la cual un presidente del Gobierno puede enviarle instrucciones al Fiscal General del Estado para luego negar haberlo hecho borrando en falso los mensajes, que de todos modos quedan en la nube, que también controla el cabrón de Zuckerberg.
Jeff Bezos, el más pureta, tiene 61, montó una humilde librería online que hoy es la segunda tienda minorista que más vende en el mundo, donde puedes comprar desde la miniatura de un Falcon hasta una tostadora con la forma del casco de Darth Vader. Como la tierra se le quedó pequeña, creó Blue Origin para conquistar el espacio, y dejó en la Tierra su gran legado, Alexa, una inteligencia artificial que te escucha bastante más que tus amigos. Además, nadie es perfecto, es el dueño del Washington Post.
Ejem. Pedro Sánchez tiene 52 años, estudió sus cositas, se afilió al PSOE a los 21 años y a vivir: se hizo asesor de carguitos varios, fue en el puesto 23 en las listas del partido en las municipales de Madrid, se quedó fuera, y tuvieron que hacerlo concejal con la renuncia de otra concejala. Llegó al Gobierno haciendo trampas y sin elecciones. No leyó ni su propia tesis doctoral. Y su actual ocupación es dar consejos no solicitados a Musk, Zuckerberg, y Bezos. Sin sonrojarse ni nada.
Es decir, mientras Elon Musk comenzaba a lanzar cohetes al espacio, Jeff Bezos lograba entregar productos que vienen del quinto coño en 24 horas, y Mark Zuckerberg te conectaba al segundo con amigos de la escuela a los que ya no recordabas y que viven en el extremo opuesto del orbe, Sánchez centraba sus esfuerzos en mejorar la técnica del selfie mitinero para Instagram.
Si Musk diseñó el coche autónomo que podría partir en dos la evolución del automóvil, todo lo que Sánchez logró construir fue una coalición política Frankestein que prometió en campaña que no construirá bajo ningún concepto. Y donde Bezos logró que puedas pedir a medianoche un champú y tenerlo en la puerta de casa por la mañana, Sánchez logró un puesto de trabajo para sus amigos socialistas menos aventajados, tipos que jamás soñaron con tener un lugar a donde ir a trabajar por las mañanas, salvo su hermano, que no tiene ese lugar.
Imagino que Musk, Zuckerberg, y Bezos están temblando porque el paleto de Tetúan ha dicho de puertas para dentro en el WEF que va a ir a por ellos. ¡Uhu! Imagino que lo próximo será que Óscar Puente intente poner un cohete en el espacio; aunque conociendo la tradición del socialismo por las mordidas, cuando por fin lo hayan fabricado tras pasar por muchas manos y lo lleven a la base de lanzamiento, quedaran solo tres tornillos.
Si no estuviera destrozando España, la vida de este tipo sería un maravilloso serial humorístico para toda la familia –a excepción de las escenas de sauna—.