
En la charla política que nos rodea se habla mucho de autocracia y de peligros para la democracia, con una peculiaridad. El hablante tiende a ver los defectos y los riesgos en cualquier parte menos en su casa. Ya se sabe desde tiempos bíblicos que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio y las élites políticas europeas están demostrando que no se sustraen al viejo problema de perspectiva. Las que más, las propias de la UE, cuya condición supranacional y su débil vínculo con el procedimiento democrático electivo las inclinan a una distante actitud tecnocrática, aún no siendo particularmente eficaces como tecnócratas. Pero les pasa también a las de países importantes del entorno europeo, que es más alarmante.
Su clamor contra unos enemigos de la democracia que identifican con partidos de derecha radical o extrema derecha, su denuncia de los autócratas que hay y de los que creen que están en ciernes y su pánico frente a un contexto geopolítico cambiante transmiten un endiosamiento en la superioridad moral. Y, como suele pasar, sentirse tan olímpicamente superior y percibirse en una ciudadela asediada, incapacitan mucho para ver la viga en el ojo propio.
Poco se ha comentado lo de Alemania, donde los grandes partidos decidieron aprobar en el parlamento saliente una reforma de la Constitución que elimina el freno a la deuda para el gasto militar. No quisieron esperar a que se constituyera, sólo unos días después, el Bundestag recién elegido, porque en él se podían topar con una minoría de bloqueo. La argucia era perfectamente legal. Que un parlamento que está de salida tome una decisión tan importante de cara al futuro, y una decisión que habían descartado hasta ahora los mismos partidos que la han propuesto, se puede justificar de mil maneras. Pero la maniobra indica que la élite política alemana está dispuesta a orillar a un parlamento electo en aras de un objetivo que considera superior y que no quiere subordinar a que lo apruebe o no una parte notable de los votantes.
Qué decir de España, donde se ha dejado caer y prácticamente se ha anunciado que un aumento sin precedentes del gasto militar no va a pasar por las Cortes. Los que, después del 23-J, impartían a un vulgo que suponían ignorante que aquí para nada tiene que formar Gobierno el partido más votado, sino el que reúne más votos en el parlamento, no importa cómo ni de quién, aquellos que no paraban de decir que la nuestra es una democracia parlamentaria, subrayando el adjetivo, nunca el sustantivo, hace tiempo que eluden el parlamento en cuanto pueden y ahora van a hurtarle la votación sobre eso que Pedro Sánchez no quiere llamar rearme, porque, claro, vamos a gastar más en defensa para comprar chuches y helados.
No son excepciones, es una tendencia. Las élites europeas circulan por un carril que es como los que se les abren a las autoridades para que pasen a toda mecha sin mezclarse con la gente ordinaria. La distancia genera desconfianza. Hay un abismo cultural. Desconfían de sectores crecientes del electorado, de los poco sofisticados, poco educados, poco cosmopolitas, a los que miran desde la superioridad moral con extrañeza y con temor, y acaban por desconfiar de la democracia. Orillar la democracia se vuelve algo normal cuando se piensa que la democracia da demasiado poder al populacho ordinario, presa de los ultras y demás. Así es como los que dicen defender a la democracia de sus enemigos, se van haciendo enemigos de la democracia.