
La primera de todas las fuerzas que dominan el mundo es la mentira. La famosa frase con la que Jean François Revel abría El conocimiento inútil ya tiene más de 35 años, y sigue siendo cierta, pero cada vez menos. A la mentira le ha salido un durísimo rival como motor planetario. Y no es otra que la estupidez. Vivimos en una era de estupidez generalizada y ubicua, una idiocia que, además, todos sabemos que lo es. Una oligofrenia normalizada y aceptada como inevitable. Mi amiga Silvita ha bautizado esta época con un nombre que merece entrar en los libros académicos: "La era del Subnorceno".
La primera de las leyes de la estupidez humana enunciada por Carlo M. Cipolla reza que "siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo". El bueno de Cipolla habría cambiado de opinión si hubiera tenido la oportunidad de sintonizar la TVE de Pedro Sánchez. Una única y brevísima exposición involuntaria al programa de Henar Álvarez y habría llegado a la conclusión de que la inteligencia se extinguió en la misma época en la que lo hicieron los dodos. Inés Hernand es el sueño de cualquier francotirador; posee un privilegiado hueso frontal en el que dibujar una H que permitiría su uso de helipuerto de emergencia; es una meseta del tamaño del altiplano argentino en la que un Alsa parte cada hora desde las cejas con destino al nacimiento del cabello. Si tras ese prodigio de la naturaleza hubiera un cerebro proporcional, la presentadora habría resuelto no ya los siete Problemas del Milenio, sino el hambre en el mundo, la guerra de Ucrania y el dilema del tranvía. Pero, como dijo Jeremy Irons en la inolvidable Margin Call: "no fue el cerebro lo que me trajo hasta aquí".
"La probabilidad de que una determinada persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona". Esa es la segunda ley de la estupidez, y, de nuevo, Cipolla podía permitirse ser tan contundente porque no tuvo la oportunidad de conocer a los militantes de Podemos. Hace unos días el ex vicepresidente y escrachador reconvertido en empresario de la restauración le pidió a la gente que le entregara voluntariamente su dinero para algo relacionado con envenenar personas. Dinero ganado honradamente impartiendo imprescindibles talleres vaginocráticos de despatriarcalización descolonizadora antirracista con perspectiva de género interseccional y que acabará sirviendo para blanquear la cocina de la Taberna Garibaldi. No hay posibilidad de "no estupidez" en según qué entornos. Apellidarse Garzón, por ejemplo, es garantía de páramo neuronal, de baldío cerebral, de yermo del pensamiento. Es tan intensa la concentración de estulticia, que se produce un hecho que desafía las leyes de la física: la paradoja Garzón (Garzón Stupidity Paradox) es que el hermano tonto son los dos.
Ley de Oro de la estupidez, dice así: "Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio". Lo que viene siendo un votante del PSOE. Difícil no pensar en esos votantes de izquierdas que se quejan de sus sueldos ridículos que no les permiten ni soñar con alquilarse un piso, no digamos ya comprarlo. Cómo no recordar a los jóvenes que votaron en masa a Zapatero en 2008 y hundieron a su propia generación en una crisis de la que nunca han terminado de salir.
Ah, Zapatero. Estábamos hablando de la estupidez y era inevitable que el hilo de la argumentación desembocara en él. "La tierra no pertenece a nadie, sólo al viento". De verdad que leyó eso delante de 120 jefes de Estado y de Gobierno. Cuarta ley: "Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error". Votamos a Zapatero y fuimos el peor país del mundo en la crisis de 2008, como fuimos el peor país del mundo en 2020. ¿Por qué? Por votar a estúpidos, claro.
La quinta y última ley cipolliana afirma que "La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe". Un estúpido es peor que un malvado, en suma. En eso coincide con el teólogo alemán Dietritch Bonhoeffer, que afirmaba que la idiocia es una fuerza más poderosa que la maldad, y eso son palabras mayores viniendo de un tipo que fue ejecutado por los nazis. Hay mucho debate alrededor de este dilema, pero es obvio que Cipolla tenía razón. Ninguna persona malvada podría haber hecho tanto daño a la sociedad española como Fernando Simón en marzo de 2020. Se llevó por delante más gente él que el Tsunami de Fukushima, y la respuesta ciudadana no fue, como habría sido de esperar, el ensamblado de cadalsos y la erección de guillotinas, sino comprarse camisetas con su cara. España es el epicentro del Subnorceno. Estados Unidos ha elegido a Trump, y nosotros al más cutre y menos dotado de sus imitadores. Es un milagro que no nos haya invadido Burkina Faso.