
Domingo. Once de la mañana. A esa hora comencé a escribir esta crónica. Día muy soleado. Escribo desde un pueblo de la sierra de Madrid. San Agustín del Guadalix. Grande, hermosa y taurina es la ciudad. Fue repoblada en el siglo IX. En la Guerra de la Independencia, sus habitantes dieron lo mejor de ellos y en la Guerra Civil, como en toda España, se mataron como animales. Ascenso, decadencia y, otra vez, están arriba. Imagino que no son mejores ni peores que el resto de españoles. Habrá buenos ciudadanos y otros que nos harán sentir vergüenza de nuestros paisanos. Asistiré a una corrida de toros matutina con un único espada, Damián Castaño. Otra hubo ayer, sábado, a la hora genuinamente taurina, las cinco de la tarde. Y una novillada se dio por la mañana. Toros, toreros, ganaderos y aficionados de toda España he visto estos dos días. Gente de bien, venida de todas partes, me ha rodeado. Son los nuevos bienaventurados de un país dirigido por gente sin memoria, escasa dignidad y una justicia llena de agujeros.
Los toros, los grandiosos toros, de las ganaderías del Bercial, Alicia Chico, Prieto de la Cal, Dolores Aguirre y Cuadri, o sea, de los Hijos de don Celestino Cuadri, este último fue un genio que, en menos de treinta años, creó todo un encaste, han sido los protagonistas del espectáculo. Era lo que pretendían los organizadores de los festejos un club privado de aficionados. Sí, el club taurino Tres Puyazos, formado por aficionados franceses y españoles, ha organizado una novillada y un par de corridas de toros, siguiendo los gustos de los buenos aficionados. Lo llevan haciendo hace años y nunca han fracasado. No siguen los gustos de los figuritas y las grandes masas de público, sino los gustos de los aficionados.
Este año, como en otros anteriores, he recorrido varias veces el mismo camino para ir a la plaza y siempre me detengo en un monumento que hay en las afueras del pueblo. Entre el cementerio y la plaza de toros de San Agustín del Guadalix, hay un bello monumento, una bella mano sobre un monolito levanta amorosamente al cielo una paloma. Recuerda las víctimas del terrorismo de ETA y del 11-M. En la parte de atrás del monolito se recuerda que la Quinta Compañía de la Guardia Civil recorrió 242 kilómetros y mataron a 242 Guardias Civiles. La sangre de esos hombres muestra claramente que "la Guardia Civil muere, pero no se rinde". Es la enseña que aparece encima del nombre y apellidos de los guardias asesinados. En la parte delantera del monumento se recuerda a las víctimas de los atentados del 11-M.
Me gusta este tipo de monumentos civiles. Sin el recuerdo crítico del pasado es imposible construir un presente digno de ser vivido. Este monumento está marcado por tres palabras inolvidables: memoria, dignidad y justicia. Algún salvaje ha arrancado la palabra dignidad y eliminado la c de la palabra justicia. Los arañazos contra el monumento dañan la vista y golpean el alma. He ahí el Cuarto Puyazo del título de esta columna. En fin, mi enhorabuena, otro año, a los del Club de los Tres Puyazos por la organización de los festejos taurinos y mi exhortación al Alcalde de San Agustín del Guadalix para que restaure el monumento a los caídos por la democracia, o mejor dicho, por lo que queda de democracia.