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Los gigavatios no desaparecieron, pero el Gobierno, sí

Hay democracias donde mantener informado al ciudadano en situaciones de crisis es el primer punto de la lista. Aunque sea para decir que no hay novedad.

Hay democracias donde mantener informado al ciudadano en situaciones de crisis es el primer punto de la lista. Aunque sea para decir que no hay novedad.
Europa Press

A las once horas del gran apagón peninsular, el presidente del Gobierno compareció para dar la primera descripción de lo sucedido. En su anterior aparición, a media tarde, sólo había dicho, socráticamente, que no sabía nada. Nadie esperaba una explicación y no la hubo, pero se ocupó de describir el fallo no como un fallo detectable y explicable, sino como una extravagante anomalía jamás vista en el universo físico. Y de haber pasado, en efecto, lo que dijo Sánchez, sería realmente algo nunca visto y un desconcertante desafío a las leyes de la física. Porque dijo que habían desaparecido de pronto quince gigavatios de generación eléctrica. Cualquiera que haya oído que la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma - simplificación del primer principio de la termodinámica -, se quedaría de piedra. ¿Cómo iban a perderse o desaparecer gigavatios de energía eléctrica? ¿Es que alguien pudo robarlos? ¿Sería por arte de magia?

Naturalmente que no desaparecieron los gigavatios. Si Sánchez pudo contar tal disparate con cara de ¡oh!, fijaos que cosas más raras pasan con esto de la electricidad (y más que van a pasar), fue para empezar a encubrir que hubo un fallo, un fallo detectable y explicable. Un fallo que se perfila como una sobretensión en la red de transporte que no se pudo corregir por el tipo de mix energético que había, y provocó el desacoplamiento automático de centrales de generación para evitar daños. Esta hipótesis, defendida por varios expertos, entre ellos Jorge Sanz, que fue presidente de la Comisión de Expertos para la Transición Energética en 2017, presenta un problema de orden político para el Gobierno. Apunta a un error de gestión de Red Eléctrica, operador al que Sánchez, significativamente, no nombró, porque habló de "operadores privados" para echar balones fuera. Y el operador encargado de la red de transporte es formalmente privado, sí, pero también es coto privado del partido. La SEPI es socio mayoritario, sus presidentes han sido siempre políticos, y su actual presidenta, nombrada por Sánchez, fue ministra de Zapatero.

Los gigavatios no desaparecieron como por arte de birlibirloque, pero el que desapareció el día de autos fue el Gobierno con ese arte que tiene para esfumarse cuando hay problemas. Mientras millones de personas se las apañaban como podían, resucitaban el transistor para escuchar que nadie sabía nada y comprobaban que los plazos de restablecimiento se incumplían en la mayoría de los sitios, el Gobierno se encerró en la torre de marfil y salió sólo un par de veces por un ventanuco para dar la dosis de información menor posible. Recuperó, que en la gloria esté, el viejo estilo Renfe, cuando estabas en un tren que llevaba parado horas en medio de la nada y nadie informaba y, lo que es peor, sabías que nadie iba a hacerlo. O al estilo, más reciente, de la huelga de controladores, que yo viví en el aeropuerto de Barajas: miles de personas, viendo que todos los vuelos están cancelados y sin saber, durante horas, que el espacio aéreo se había cerrado ni cómo se iba a resolver su situación.

Hay democracias donde mantener informado al ciudadano en situaciones de crisis es el primer punto de la lista. Aunque sea para decir que no hay novedad. Aunque haya que utilizar canales de comunicación no convencionales. Pero aquí, durante un apagón insólito, inédito y condenadamente prolongado, mantener informado al ciudadano figuraba en último lugar. Y con un Gobierno siempre presto a sacudirse de encima la responsabilidad, cuando llega la información, no es información. Se incitará a la confusión y se desviará la culpa, pero informar, no y no. Casualidades de la vida, un año después de que Sánchez desapareciera durante cinco días, han desaparecido de España, según el presidente, quince gigavatios. Lo malo es que el primero volvió. Lo bueno, por decir algo bueno, es que los gigavatios no han escrito cartas de amor a nadie.

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