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El autoaniquilamiento de Pedro Sánchez

Hay que reconocer la coherencia del PSOE que conecta a Pablo Iglesias con Largo Caballero y Araquistáin, de inclinaciones totalitarias, con Pedro Sánchez.

Hay que reconocer la coherencia del PSOE que conecta a Pablo Iglesias con Largo Caballero y Araquistáin, de inclinaciones totalitarias, con Pedro Sánchez.
Pedro Sánchez, en una de sus comparecencias por el apagón. | EFE/ Javier Lizón

El vídeo de un minuto y medio con el que Pedro Sánchez conmemoró el 146 aniversario del PSOE revela más por lo que omite que por lo que muestra. En él abundan banderas del PSOE y de Cataluña, pero la de España apenas aparece, casi de soslayo. A los socialistas, qué le vamos a hacer, les incomoda España, a la que prefieren llamar "este país" o "el Estado", como si renegaran de él. Se diría que se sienten franceses atrapados en un cuerpo equivocado.

En las imágenes desfilan figuras como Guerra, González, Zapatero y Sánchez, pero no Ábalos, aunque sí Cerdán. El montador del vídeo debió esforzarse para excluir también a Koldo y Begoña. No hay rastro de Chaves ni Griñán, beneficiados por un controvertido fallo del Tribunal Constitucional que anuló su condena por corrupción en la Audiencia de Sevilla, un veredicto que esta última ha cuestionado, invocando al Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). Se destaca a Pablo Iglesias, pero se omite a líderes históricos de la Segunda República como Julián Besteiro o Fernando de los Ríos, probablemente porque el socialista medio no los reconocería. Sin embargo, la ausencia de Largo Caballero y Luis Araquistáin obedece a una razón más grave: ambos protagonizaron la página más oscura de la historia del PSOE.

En el tuit que acompañó el vídeo, Sánchez proclamó: "146 años de lucha, de conquistas sociales y de orgullo colectivo. El PSOE ha sido el motor de cambio y progreso en España y lo seguirá siendo. Con la fuerza de nuestra historia, seguimos construyendo el futuro".

Puesto que los socialistas no suelen reconocer las sombras de su pasado —que hoy perpetúan con amnistías a golpistas, pactos con filoterroristas, nepotismo, corrupción sin precedentes, apagones y autoritarismo de siempre—, recordemos su mayor infamia: su papel en la destrucción de la Segunda República.

Francisco Ayala, republicano intachable y exiliado durante el franquismo, lo dejó claro en su biografía, esa memoria democrática que Sánchez preferiría ignorar:

Revolución de octubre de Asturias. No escasearon las insensateces, encadenadas en series dialécticas. Una de las mayores fue, sin duda, la malhadada revolución de octubre de 1934. Si la responsabilidad por acontecimientos históricos de tal magnitud puede atribuirse a individuos concretos, en el caso de Asturias destacan dos nombres: Largo Caballero y Luis Araquistáin.

Ayala, cuya autoridad democrática nadie en el PSOE, y menos Sánchez, osaría cuestionar, explica que Largo Caballero impulsó un "proceso revolucionario violento a la manera soviética", cuyo objetivo era demoler la Segunda República en su carácter liberal. Sobre Araquistáin, Ayala relata cómo este le encargó un artículo para la revista Leviatán. Ayala lo escribió, posicionándose contra el movimiento revolucionario que se gestaba. Araquistáin, fiel a la tradición inquisidora del socialismo, lo censuró.

Por ello, el PSOE y Sánchez deberían pedir perdón a los españoles, a la Segunda República que traicionaron y a la democracia que hoy socavan. Cabe señalar que algunos historiadores afines al PSOE niegan que la Guerra Civil comenzara de facto en octubre de 1934. Para ello, pasan por alto las palabras de Ayala: "La rebelión socialista había comenzado. Ineluctablemente, se iniciaba la temida tragedia, cuyo desarrollo era demasiado previsible. Las mentalidades catastróficas que anhelaban y promovían la confrontación podían estar satisfechas: el abismo estaba abierto".

Ayala aventura una reflexión psicológico-moral sobre Araquistáin que también podríamos aplicar a Sánchez:

Dado que el desenlace de esa confrontación era previsible, uno se pregunta si, en el fondo de ideólogos como Araquistáin, que promueven y alientan tales crisis históricas, no subyace una secreta y oscura voluntad de destrucción, un deseo subconsciente de autoaniquilamiento.

Ese autoaniquilamiento arrastra a la nación hacia un apagón existencial y a la democracia hacia su debacle como Estado de derecho. Hay que reconocer, no obstante, la coherencia del PSOE: la misma que conecta a Pablo Iglesias, capaz de amenazar de muerte a sus rivales, con Largo Caballero y Araquistáin, de inclinaciones totalitarias, y con Pedro Sánchez, el nihilista por excelencia.

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