
El empecinamiento es una enfermedad demasiado inoculada en nuestra sociedad española. Suele ser tanto más intenso cuanto menos conocimiento y más ideología invade el discernimiento de los llamados a enjuiciar, incluso a legislar, de los políticos en nuestro país.
Ante el empecinamiento, no hay razones que impidan al empecinado seguir con sus propósitos, antes que entrar en razón contraria a su capricho.
He tratado hasta hoy de evitar el tema, pero la verdad es que me siento débil ante el despropósito, pudiendo más la debilidad que la propia razón. Nuestra España es un país muy lejos de encabezar los niveles de productividad del trabajo –simplemente dentro de la Unión Europea–.
De nada sirven las advertencias de profesionales, de organismos, llamados a la mesa del problema; el empecinamiento puede con todo. Que los días no trabajados por incapacidad temporal hayan crecido algo más de un sesenta por ciento desde 2019, y un 11,9% sólo en 2024, parece no importar a nadie.
Lideramos los datos de desempleo en la U.E., llegando la desincentivación al trabajo a niveles inimaginables. Los dos países de la Unión que alcanzan las mayores tasas de desempleo son Grecia y España, aunque con diferencias apreciables entre ambas.
La trayectoria de Grecia, tomando un período de diez años (2015-2024), es de mejoría constante, partiendo de un desempleo del 25,0% en 2015 y terminando en un 10,1% en 2024. En España ocurre algo parcialmente semejante: partimos de un 22,1% en 2015 y disminuye hasta el 14,1 en 2019 –primer año completo del gobierno de Sánchez—.
Ya en 2020, incrementa el paro al 15,5%, y a partir de ahí, la solución es metodológica, que nuestro dato no pueda compararse con el resto de países; así, ya en 2021, el dato se cifra en 14,9%d, con ese exponente (d) que se mantendrá como advertencia hasta el día de hoy en EUROSTAT, indicando que el concepto de desempleo en España, desde 2021, no equivale al mismo concepto en las estadísticas europeas; es decir, deja de ser comparable. Por si, pese a eso, les interesa, en el último año 2024, este desempleo se situó en el 11,4d.
Somos un país que, al millón y medio de personas mayormente paradas que figuran estadísticamente como fijos discontinuos, no se les considera desempleados, aunque sólo hayan trabajado unas horas al año. Claramente empleo/desempleo español no son datos comparables a nivel de la U.E. Aun así, los que lo sufren, merecen saber que en el primer trimestre de 2025 el paro se ha incrementado en 193.700 personas; el peor trimestre desde 2013.
Pues bien, pese a esta atmósfera, el Gobierno, a propuesta del Ministerio de Trabajo, está erre que erre con la reducción de la jornada laboral. Con tanto paro, se me ocurre que la prioridad debería ser incrementar las horas trabajadas y no desvivirse para reducir la jornada. Más aún cuando, en la Memoria Económica que acompaña el Proyecto de Ley para tal reducción, admite que la medida incrementará los costes del trabajo en un 7,0%.
Pero el gobierno sigue, erre que erre, a lo suyo.