
Lo de Polonia es espectacular. Primer partido del país, la derecha liberal. Segundo partido del país, la derecha ultraconservadora. Tercer partido del país, la extrema derecha. Cuarto partido del país, la derecha monárquica. Para toparse con algo que recuerda levemente a la izquierda hay que remontarse al quinto puesto de las elecciones presidenciales, donde asoma una pequeña formación socialdemócrata estrictamente irrelevante y marginal. Al punto de que la suma aritmética de los votos obtenidos por el conjunto de las agrupaciones que van desde la derecha tibia, homologable y convencional hasta las distintas variantes de la extrema derecha alcanza ahora mismo un descomunal 91% de la voluntad de los ciudadanos de Polonia expresada libremente en las urnas.
Pero es que lo que acaba de suceder en Portugal tampoco resulta demasiado distinto. Primer partido, la derecha clásica. Segundo partido, la extrema derecha. Y otro tanto cabe decir de Rumanía, donde, supuestas injerencias extranjeras al margen, la confrontación principal contrapuso a un grupo liberal-conservador más o menos tópico, por un lado, frente a una lista integrada por nacionalistas y soberanistas de derechas, por otro. Y es que tampoco ahí, en Rumanía, la izquierda está ni se la espera. Y no se trata de anécdotas; bien al contrario, constituyen tres manifestaciones locales de una categoría dominante cuyo ámbito se extiende a la práctica totalidad del ámbito europeo actual. Repárese, si no en cuál es el tono dominante del paisaje político en Francia, Italia o Alemania a estas horas.
¿Por qué anda en acelerado proceso de extinción la izquierda en todos los rincones de Occidente? Por una razón muy simple, a saber: porque ya no posee absolutamente nada propio y original que decir. Así las cosas de su naufragio ideológico, ganarle a la izquierda en las urnas constituye lo más fácil del mundo en cualquier lugar… excepto en España. ¿Por qué la derecha española suda tanta tinta china para tratar de conseguir algo que sus pares europeos logran casi sin despeinarse? La pregunta posee todo el sentido del mundo. Y la respuesta se antoja obvia: negacionismo ante la inmigración más apocamiento ante lo woke
