No debería ser necesario que en estas páginas desmontemos una vez más el mito de la existencia de un PSOE bueno, ese ser mitológico que una parte importante de la derecha busca tan desesperadamente como Silvio Rodríguez buscaba su unicornio azul, solo que con menos probabilidades de encontrarlo.
Su historia es la que es y, desde el momento de su fundación por Pablo Iglesias Posse hasta ahora, el Partido Socialista ha sido una gigantesca y muy eficaz arma de destrucción masiva política y un entorno perfecto para la corrupción. Con algunas excepciones personales, claro, y con periodos, muy pocos, en los que el grado de vileza podría ser algo menor o el de inteligencia y preparación algo mayor.
Es cierto que ahora está, sin duda alguna, en uno de sus peores momentos tanto en iniquidad como en eso que podríamos denominar capacidad o calidad, pero eso no debe llamarnos a engaño: cualquiera tiempo pasado del PSOE puede haber sido mejor, pero eso no quiere decir que fuese bueno.
Aun así, el grado de corrupción, vileza y chabacanería del PSOE de Pedro Sánchez, José Luis Ábalos, Santos Cerdán, María José Montero, Leire Díez y los dos óscares, López y Puente, es tan difícil de igualar que es posible sentir la tentación de señalar como prohombres a aquellos que osan levantar un poquito la voz como Page, Lambán o, este jueves, Eduardo Madina. Sería un error: todos ellos han participado en la construcción de este Partido Socialista y todos son igualmente sectarios y nefastos en la gestión; todos, además, contribuyen con su cobardía a que la degeneración siga imparable y no han hecho nada por evitar los peores desmanes de Sánchez contra la nación y el sistema democrático.
No obstante, es muy significativo cómo desde las instancias oficiales del partido se reacciona con una virulencia desorbitada a las suaves críticas de aquellos que se atreven a disentir un poco. Este miércoles, Oscar López salía a la caza de Page, el jueves su tocayo Puente ha despreciado en público a Madina como si este hubiese anunciado su ingreso en el PP.
Cacerías públicas que van mucho más allá de los afectados y son un aviso a navegantes, insultos desproporcionados que buscan amedrentar a todos y, en suma, una necesidad de disciplina y una forma de tratar de imponerla propia de un partido en franca descomposición, en el que es posible que empiece la desbandada en cualquier momento, a minutos del sálvese quien pueda. Y lo que es más preocupante para Ferraz o Moncloa: con gravísimas causas ya en los tribunales y no pocos casos que pueden llegar a los juzgados en breve. No, no se puede decir que el pánico que transmiten estos exabruptos sea injustificado.
Además, mientras Pedro Sánchez manda a sus sicarios a exterminar toda disidencia interna, por leve que esta sea, cuando está evitando rendir cuentas ante los medios de comunicación y no digamos asumir ninguna responsabilidad, el presidente sí tiene tiempo para hacer bromitas en las redes sociales con sus empleados de RTVE, esos a los que ha contratado él y están a su servicio, pero cuyos sueldos millonarios pagamos los demás.
El PSOE reproduce, en suma, el cuadro clínico y el comportamiento de lo que es: una secta cuyo nivel de represión crece en paralelo a su nivel de descomposición y con un líder supremo que, ante la crisis, en lugar de reforzar su liderazgo da cada vez más muestras de haber perdido el norte.


