Los 'jóvenes' de 30 años
La hegemonía de la clase media, el mito sobre el que se asienta la narrativa de los dos grandes partidos del sistema, PSOE y PP, es solo eso, un mito. Fue verdad en su día, pero ese día quedó atrás hace mucho tiempo.
Acabo de leer por ahí una noticia fantástica. Resulta que el Gobierno ha aprobado una cosa llamada "Verano Joven 2025", iniciativa gracias a la cual los llamados jóvenes, categoría biológico-administrativa que abarca a los ciudadanos de hasta treinta años, podrán disfrutar de descuentos variados en sus paseos estivales en tren o autocar. Muy meritoria medida de política social, sin duda. Mi padre, que en su época no tuvo la posibilidad de estudiar y que, por tanto, tampoco dispuso de la prerrogativa de alargar la adolescencia lúdica hasta bien entrada la treintena, jamás disfrutó de maravillosos descuentos como los de ahora.
Sin embargo, a esa misma edad, los treinta, no sólo disponía de un trabajo estable tras fundar una familia y haberme tenido a mí, sino que también disfrutaba de un piso en propiedad sito en la ciudad de Barcelona, vivienda cuya hipoteca logró pagar él solo, sin ningún tipo de ayuda externa. Y por lo que yo sé, el de mi padre, lejos de constituir un caso raro o peculiar, formó parte de la norma más habitual, tópica y rutinaria en el tiempo histórico que le tocó vivir. Para sus equivalentes contemporáneos, en cambio, sólo queda pan y circo. Léase juguetitos tecnológicos para estar todo el día enganchado a una pantalla, amén de subvenciones institucionales varias para ir de fiesta y pasar el rato.
La hegemonía de la clase media, el mito sobre el que se asienta la narrativa de los dos grandes partidos del sistema, PSOE y PP, es solo eso, un mito. Fue verdad en su día, pero ese día quedó atrás hace mucho tiempo. Porque aquella rutilante clase media mayoritaria, la que irrumpió en el escenario social hispano de la mano del desarrollismo franquista, aunque nos empeñemos en no querer admitirlo, ya no existe. Su muerte, tan silenciosa y discreta, ha sido el precio a pagar por la alegre y temeraria desindustrialización de España. Ahora tenemos rentistas, por un lado, y precarios e inmigrantes, por el otro. Pero, eso sí, mucha fiesta, mucho móvil de última generación y mucho viaje subvencionado en tren.
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